El presidente Zapatero y en menor medida su vicepresidenta económica, Elena Salgado, han estado preocupados durante meses por los sindicatos y por las reacciones de sus líderes, Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo. El día después del 29-S, el día de la huelga general, lo ha cambiado casi todo. El poder sindical se ha esfumado y, a partir de ahora, los sindicatos tendrán el poder y la influencia que quiera José Luis Rodríguez Zapatero. Méndez y Toxo tienen la inmensa fortuna de que el presidente del Gobierno quiere que los sindicatos mantengan parcelas de poder. Lo hace por convencimiento y por interés. El poder sindical siempre es otra barrera ante los adversarios electorales de los socialistas, en este caso el PP de Rajoy. Méndez y Toxo repitieron una y mil veces que el objetivo de la huelga no era tumbar al Gobierno, aunque no aclaraban que porque era del PSOE. Si hubiera sido del PP, el objetivo de la huelga hubiera sido acabar con el Gobierno. La política es así, “una madrastra sin entrañas”, como cantaba el llorado José Antonio Labordeta.
Zapatero, y en menor medida Elena Salgado, alejada vitalmente de los sindicatos, estaban preocupados por la reacción sindical. La realidad es tozuda y ha puesto a cada uno en su sitio. Los adversarios y las amenazadas para la política del presidente y de su vicepresidenta económica están más allá de nuestras fronteras, en esos mercados que tanto desprecian y odian los sindicalistas, aunque perciben sus subvenciones y subsidios gracias a los recursos que prestan a España. Los grandes peligros de la economía española, por defectos propios e internos, vienen de fuera y están personalizados en esos inversores con los que desayunó José Luis Rodríguez Zapatero en Nueva York. Personajes con nombres más o menos sonoros, pero sin contenido para la mayoría de españoles, quizá con la excepción de George Soros. Todo está muy claro para los aficionados al cine. Zapatero se complica la vida desde hace años con los asuntos económicos, pero sus verdaderos adversarios están muy lejos de Méndez y Toxo. Están en los mercados, y podrían personificarse en el personaje que interpreta Michael Douglas en la película Wall Street, tanto en su primera parte de hace más de diez años, como en la segunda entrega que empieza a estar ahora por las pantallas españolas. Gordon Gekko, el tiburón financiera al que da vida Michael Douglas, es una especie de caricatura de habitante despiadado de los mercados financieros que personifica todo eso que, en realidad, teme y odia Zapatero y, por extensión, también la mayor parte y del sindicalismo español. La realidad son los grandes financieros con los que se reunió Zapatero en Nueva York, la caricatura el personaje de Douglas. Y entre los financieros americanos hubo de todo, aunque no se han ofrecido detalles. La mitad, más o menos, salieron satisfechos de lo que escucharon, la otra mitad, mucho menos. Todos ellos, sin embargo, en conversaciones privadas posteriores, admitieron que Zapatero intentó estar muy condescendiente con el mercado y con sus protagonistas, algo que sin duda espantaría a Méndez y Toxo y a los pocos huelguistas del 29-S. El resumen es que todavía hay Gordons Gekkos que creen en España y que están dispuestos a prestarnos dinero y otros que no. Nada concluyente, lo que significa que los próximos meses serán decisivos. Es decir, una vez superada la huelga, Zapatero no puede permitirse demasiados lujos, ni tampoco hacer concesiones, más allá de la galería, a los sindicatos, por mucho que lo desee y sea lo que le pide el cuerpo. Elena Salgado acaba de presentar los Presupuestos, que son más o menos austeros. Prevén un crecimiento del 1,3% para el año 2011. Tienen muchas carencias, pero lo mejor que le podría ocurrir a la economía española es que se cumplieran. Hay una sombra, sin embargo. Uno de los asistentes al desayuno de Nueva York, un Gordon Gekko cualquiera de los mercados, le espetó al presidente español, de la misma manera de Michael Douglas decía en la escena final de la primera entrega de Wall Street, “si quieres un amigo, cómprate un perro”, “sus números están mal, señor presidente”. Al final, Zapatero y Elena Salgado contra Michael Douglas.
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