He retrasado este momento de forma deliberada durante días. Muchos más de los que lleva celebrándose este festival porque, en realidad, la película del delito la vi unas semanas atrás, en uno de esos pases previos que las distribuidoras organizan para facilitarnos la vida a los periodistas. Para que podamos llegar aquí con los deberes hechos y asistir holgadamente a otros pases, a ruedas de prensa y a entrevistas. Y para que nos dé tiempo a comer y a tomar unas cañas también. De hecho, son varias las películas que se han proyectado aquí que ya había visto en Madrid. Los 7 días en La Habana de Benicio del Toro, Julio Medem, Pablo Trapero y compañía. La Operación E de Miguel Courtois Paternina protagonizada por el siempre genial Luis Tosar. Los Salvajes de Oliver Stone y la madre de mis hijos, Blake Lively. Y de ninguna de ellas he escrito, todavía, porque no ha habido ocasión. O no venía a cuento. Pero de ésta no me podía librar. Porque compite en la Sección Oficial. Y porque ha sido la única que ha recibido un sonoro abucheo en todos estos días. Y he postergado este momento de forma deliberada por una razón: debo de ser el único ser humano sobre la faz donostiarra al que esa película no le ha espantado. Hablo de Volver a nacer, dirigida por Sergio Castellitto y protagonizada por Penélope Cruz. Sí, de ésa.
A estas alturas, si siguen otras crónicas más profesionales y de mayor renombre, habrán leído que es un horror. Un naufragio. Una comedia involuntaria. Un puto despropósito. El otro día, un colega comentaba que Castellitto, presente en uno de las salas donde se proyectaba la película, no daba crédito: no se podía creer que la película fuera abucheada. Probablemente porque está convencido de que ha rodado su obra maestra. Y les voy a decir una cosa, para su tranquilidad: mi síndrome de Estocolmo aún no es tan grave como para llegar a defender una barbaridad semejante. Estoy convencido de que está muy lejos de ser una pieza fundamental en la cinematografía del siglo XXI. Pero para mí no fue, ni de lejos, un suplicio. Aunque reconozca fallas, lagunas y, sobre todo, un tono petulante y grandilocuente en su narración que tire para atrás.
Penélope Cruz interpreta a Gemma, una italiana que viaja a Yugoslavia a principios de la década de los ochenta para documentarse sobre la obra de Ivo Andric. El gran Andric: el único Premio Nobel de literatura yugoslavo de la historia. Allí, en los meses previos a la celebración de los Juegos Olímpicos de Invierno, hace migas con una pandilla de bosnios que tragan rakija hasta perder el control y conducen sus Yugos como si hubieran bebido agua. Y conoce, también, a un fotógrafo americano, joven, guapo y un poco idiota. Pero buena gente. No les voy a destripar la película, pero es necesario comentar algo que aparece en todas las sinopsis: es el amor de su vida y hará todo lo posible por tenerlo a su lado. Y, mientras sufren porque no pueden tener hijos, estallará la maldita guerra de Bosnia. Y se irán para allá, porque esa gente, esos bosnios cojonudos, necesitan su ayuda. Es importante este detalle, que se ha obviado en casi todas las crónicas: esta pareja no se va a la guerra a hacer turismo. Se va a echar una mano a su gente y a capturar con el objetivo de la cámara la magnitud de la tragedia. Dieciséis años después, Gemma vuelve a Sarajevo con su hijo, nacido en medio del asedio, para que conozca sus raíces. Y el viaje está plagado de misterios, de sorpresas que se irán revelando. Y todo lo que tiene lugar en esa suerte de viaje iniciático es estrambótico, inconcebible, fruto de las casualidades y las desgracias más absolutamente enfermizas que cualquiera pueda llegar a imaginar. Y, sí, es posible que algunas de ellas sean cómicas. Es más: es altamente probable que muchos de los diálogos a través de los cuales se revelan ciertas incógnitas sean absurdamente hilarantes.
Volver a nacer no es una película sobre la guerra. No es, siquiera, una película sobre el asedio de Sarajevo. Es un drama romántico desgarrador que transcurre en el contexto de una de las guerras más complejas de la historia. Es un cine de sentimientos. Y, paradójicamente, es una de las películas que más honestamente han retratado este conflicto tan rematadamente difícil de explicar. Y eso, en un mundo donde el maniqueísmo es una herramienta didáctica (vergibracia: el debut en la dirección de Angelina Jolie), para mí pesa más que la grandilocuencia, el supuesto esperpento, el diálogo forzado o el maldito Kurt Cobain -inesperado artista invitado del filme-.
¿Qué más puedo decir? All apologies.
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