Desde el balcón de mi habitación veo escotes en plano cenital. Oigo a una turba de jóvenes que vociferan en un inglés pastoso e ininteligible. Huelo la sal del mar mezclada con el dulce aroma de la fritanga. Este año mi hostal está situado en el casco antiguo de San Sebastián. Son las 3 de la madrugada. Ya es sábado, pero el viernes aún no ha concluido. Cierro las contraventanas para ocultar la luz de las farolas y cierro también las ventanas para amortiguar la algazara de la calle. Enciendo el ordenador y un cigarro. Y trato de escribir. Sin éxito.
Bienvenidos a Donostia.
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