Las pocas esperanzas que tiene el PSOE de seguir gobernando otros cuatro años han quedado a mi juicio esfumadas con la decisión de Zapatero de introducir en la Constitución un límite de déficit público. Muchos barones del partido la han criticado abiertamente. El candidato Rubalcaba la ha tenido que aceptar a regañadientes y negociar un texto consensuado con Rajoy, su rival en las elecciones del próximo 20 de noviembre. ZP menospreció una idea de esa clase cuando el líder del PP la propuso en el Congreso de los Diputados hace un año y medio y la calificó como poco patriota. Ahora, en cambio, la saca de la chistera, deprisa y corriendo, con objeto de que con esa iniciativa se calmen los mercados. Este hombre no sé bien cómo definirlo: inepto, irresponsable, taimado, necio…No lo sé, sinceramente. No sé si es Mr Beans o Forrest Gump, pero me resulta insufrible su conducta errática.
La sensación que está dando el todavía jefe de Gobierno en las últimas semanas es lastimosa. Todo lo hace a remolque de la gravísima situación financiera que atraviesa el país y desde luego al dictado de lo que marca Angela Merkel desde Berlín. Como si ésta fuera precisamente una luminaria de la política internacional. La canciller federal alemana acordó emprender con el presidente francés Sarkozy hace menos de dos semanas un conjunto de acciones para una mejor gobernanza económica y financiera de la UE y, en definitiva, de defensa del euro, entre las que figuraba la de limitar el déficit por vía constitucional. Ella misma marcó los plazos sin consultar con el Consejo o la Comisión: verano de 2012. Alemania incorporó la medida a su Carta Magna hace dos años y hasta fijó el techo de déficit: 0,35 del PIB.
Zapatero, desbordado como está ante la gravedad de la crisis, la ineficacia de las reformas y el castigo tan tremendo que los mercados están infligiendo a la deuda soberana española, no se lo pensó dos veces. Le gusta mucho eso de echar arrestos y salir al encerado sin saber siquiera de qué va la lección. Sintió que era un acto de obediencia debida sobre todo cuando a la idea de Merkel se sumaron las recomendaciones en esa línea recogidas en una carta del Banco Central Europeo (BCE) que él se resiste a difundir. EL BCE le habría dicho que la masiva compra de deuda pública española la semana pasada para frenar la subida de la prima de riesgo no le va a salir gratis a los españoles.
El jefe del Gobierno comunicó su proyecto a Rubalcaba un día antes de anunciarla en las Cortes ante el estupor de su grupo parlamentario, que nada sabía ni de la mayoría de sus ministros, a excepción obviamente de la titular de Economía, la vicepresidenta Salgado. La pactó deprisa y corriendo con Rajoy, porque todo lo hace así últimamente este hombre. Evidentemente, el líder de la oposición respaldó la idea pues él mismo la había expuesto anteriormente. ¿Qué había que hacer entonces? Redactar con urgencia PSOE y PP un texto consensuado a fin de que pudiera ser aprobado por el Parlamento antes del fin de la legislatura. Todo rápido, sin debate, sin opción siquiera a una eventual consulta popular. Era una materia de vida o muerte, como si la catástrofe ya estuviera dentro de nuestras cabezas y de nuestros cuerpos.
ZP y sus asesores, si es que le queda alguno a estas alturas, no debieron sopesar el efecto que esta idea iba a tener dentro de su propio partido. No pocos dirigentes socialistas, empezando por Patxi López, la consideran como un ataque directo al ideario del partido y una bomba contra los programas sociales y el Estado de bienestar. Fue tal el terremoto que generó que ha tenido que recular. Al final, el texto no recogerá un porcentaje exacto de techo, a diferencia del caso alemán, e introducirá flexibilidad para que el déficit pueda subir más o menos en función del crecimiento de la economía.
Sin duda, es una pequeña concesión a Rubalcaba para que al menos su más que segura derrota el 20 de noviembre no sea de proporciones históricas. En el partido el malestar es enorme y se estima que ZP no sólo se ha cavado su tumba, sino que antes de morir ha apuñalado al candidato Rubalcaba. Arrecian las voces de quienes sostienen que una propuesta de esta naturaleza debería ser sometida a referéndum. UGT y Comisiones Obreras así lo piensan y anuncian movilizaciones.
La verdad es que la salida de Zapatero de La Moncloa puede alcanzar tintes dramáticos. Entretanto, de aquí a la fecha electoral no hay que excluir que podamos vivir nuevos episodios de ataques del mercado contra España como en julio y agosto. De algún modo, el jefe del Gobierno lo insinuó cuando al contactar a patronal y sindicatos les comunicó que esta reforma podía ser menos dolorosa que otras a las que se vería abocado si la crisis se acentúa.
Si el panorama es peor de lo que conocemos el jefe del Gobierno debería informar con más detalle al Parlamento de lo que está sucediendo. Pero este hombre conduce el autobús desde hace un año sin saber qué rumbo tomar y angustiado por las instrucciones que le marcan de fuera.
A mí, en principio, no me parece una equivocación ajustar el gasto público en función de la situación económica. Es de sentido común. Tengo más dudas de que eso deba quedar “constitucionalizado” y más deprisa y corriendo antes que reflejarlo en una ley orgánica. ¿Por qué tanta urgencia ahora para aprobar la reforma si, como ha explicado la vicepresidenta Salgado, en el mejor de los casos no entrará en vigor como muy pronto hasta 2018? ¡Para entonces, todos calvos!
Cada vez me abruma más la crisis económica mundial. Y no sólo por la profundidad de la misma, sino por la valoración y gestión que de ella hacen quienes nos gobiernan. Está claro que si mis ahorros van a depender de lo que afirme una señora llamada Merkel y de un individuo que se apellida Zapatero no me sorprendería mucho verme a mí mismo en un futuro no muy lejano en la indigencia frente a la puerta de un establecimiento de lujo de Madrid, una vez se me termine esta bicoca de vivir en el transbordador espacial. “Escritor arruinado pide una ayuda para comer”, rezará el texto escrito en un cartón. Mi aspecto físico será tan penoso que ningún familiar me reconocerá. Mejor. Al menos, la situación me generará ideas para que alguen escriba por mí una novela existencialista. Un amigo me anunció con cierta vehemencia a mitad de la primera legislatura de ZP que este individuo le llevaría a la ruina. Me pareció exagerado su comentario en ese momento que, además, vivíamos en plena bonanza económica. Ahora, sin embargo, no me resulta tanto.
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