Como lo mío son las palabras y lo que contienen y, a veces, esconden, dejaré a un lado, por un tiempo, la actualidad a la que hace referencia este insidioso personaje con trazas de padrino engominado y aires de suficiencia y complacencia… bancaria, y todos esos otros que, a la postre, andan agazapados y temblando por las esquinas genovesas. Por un tiempo, el que cubre y colma estos párrafos que siguen.
Aunque se trata de un regionalismo, de la Cantabria profunda que cae a la derecha, lo cierto es que la bárcena se utiliza para nombrar un lugar llano próximo a un río, el cual lo inunda, en todo o en parte, con cierta frecuencia. De origen, quizá, prerromano, la bargina, derivada a su vez de barga -campo inundado- hace referencia, pues, a un terreno plano y cultivado, o planicie, de donde brota o se extiende el agua. No he encontrado más datos que nos sirvan para trazar un mapa más completo de este vocablo, salvo el que se forma con la partícula des-, dándonos desvargarse, que viene a ser algo así como “despeñarse o precipitarse al vacío”, y que nos viene al pelo con la que está cayendo por todas partes, cultivadas o no.
Tenemos, entonces, varios elementos que componen el dibujo de una bárcena: un dónde, que es un campo, más o menos cercado o estacado; una circunstancia, que es próximo a un río y que hace margen o ribera; un cómo, que lo inunda, y un cuándo, que es con cierta frecuencia o de vez en cuando. No sé ustedes, pero es la viva imagen de los papeles mojados de Bárcenas y el cariacontecido Partido Popular, más popular que nunca por demérito propio.
Esta coincidencia entre significado y significante, contenido y continente, puede ser fruto del azar o de la estructura de fondo que, ya lo aprendimos con el profesor Chomsky, subyace en todo lenguaje y en el subconsciente colectivo de los cántabros, de los que fue representante electo el señor Bárcenas en el Senado hace unos años. Otra coincidencia o lo que gusten y demanden, porque este nuevo Tántalo de festines y bacanales suizos, nació en Huelva.
No cabe duda de que a mala hostia, se le puede sacar brillo y lustre a cualquier bagatela, y de la menudencia semántica pasar a la eminencia ideológica en un abrir y cerrar de ojos. Que el campo cercado con estacas, bien asegurado ante la mirada indiscreta, se corresponde con el camaleónico partido de la derecha española, que unas veces viene, y otras va, pero siempre anda por ahí cultivando horas, es un ejercicio bastante sencillo teniendo en cuenta los tejemanejes de su pasado mediocre y las componendas y chanchullos de su futuro en el poder. Que la circunstancia de que esté cerca de un río y que este lo inunde con cierta frecuencia, se asemeje a lo que este señor Bárcenas, o el cabrón de Luis está haciendo para mejor defenderse o arrastrar tras de sí la troncada y el ramaje de quienes confiaron en su pericia contable (¡y no veas cómo cuenta el gachí!), tampoco es que sea de lumbreras ociosos y es una hipótesis tan lamentable como plausible, teniendo en cuenta (¡otra vez este sustantivo de marras! Habrá que contar más con él, vaya por Dios) que el tal Luis inunda a su paso (ya sea de camino a los tribunales o al periódico) los resecos y cuarteados labios de la virginal vanguardia pepera. Estos, que no han roto un plato en su vida, y que parece que les falta cuajo o, cuando menos, un hervor, van por el camino de la sorpresa a la amargura como íntimos de putas a la espera de que las campanas toquen retreta.
Cansa, y mucho, que esta caterva de mandamases de tres al cuarto, mayorales de alberca y barbecho, campen por sus respetos sin respetar el paso franco o el camino de servidumbre expedito a quienes sí quieren y pueden prestar servicio. Ya no se trata de una dimisión en cadena, pues de eslabones corrompidos por el óxido se trata, ni tampoco de una reparación o enmienda a la ciudadanía pobre y, al paso que van las subidas, en tinieblas. Lo que este Bárcenas y sus papeles encharcados nos trae es la clave del enigma largo tiempo sin descifrar: ¿Cómo es posible que sigamos confiando en un sistema insuficiente por incapaz, tecnócrata y chapucero que está pidiendo a gritos que se reforme y renueve? ¿Cómo es posible que tanto escándalo (etimológicamente, “obstáculo”, “dificultad”) redunde siempre en perjuicio de la clase trabajadora o la que ya no trabaja (que dado su volumen, bien merece una crónica aparte), o que nos salpique su hedor apestando lo cotidiano y sencillo de nuestras vidas de milagro? ¿Tiene algún sentido que los bárcenas y demás antonios pérez de nuestra historia más negra y profunda se aferren al secreto a voces para negociar con las debilidades de ese estafermo que tenemos por presidente? ¿Sigue teniendo sentido que la camarilla socialista sea el refugio de los descontentos e indignados y que la única alternativa política, doblemente saciada y ahíta, sea ese progresismo de mercadillo y oportunista?
Ya dije que sería por un tiempo, y el tiempo ya ha pasado. Que la bárcena inunde el campo al que pertenece y del que se nutre, bien y pase; pero que además lo haga con los bien plantados y cultivados aledaños que sirven de alimento al resto, ni de coña. Permítanme decirles que, ocurra lo que ocurra con este don Luis o la fuerza de sus cuentas, más nos vale congraciarnos con la idea de individualismo, aunque todo esté globalizado, como la estupidez, porque en él reside, a mi juicio -un tanto demacrado-, la razón de la supervivencia y el pundonor. VALE.
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