Hace bien poco entrevistaba para la revista Tiempo a Enrique Barón, cuya experiencia en asuntos europeos es innegable. Él me decía que nunca hay que desdeñar el instinto suicida que ha demostrado Europa en innumerables ocasiones, y especialmente a lo largo del Siglo XX. Lógicamente se refería a cosas terribles como las dos guerras mundiales y algunos otros episodios bélicos o casi. Catástrofes de tales magnitudes no parece que vayan a ocurrir en este viejo continente, pero las autoridades de esa Unión Europea que no acaba de encontrar su formato nos tienen con el alma en vilo.
En el terreno económico, una de cuyas mutas aristas se analiza en el reportaje de portada de esta semana en Tiempo, resulta que cada vez que la sociedad (y me refiero a la suma de trabajadores y empresarios) da un paso hacia adelante, algún comisario europeo, un portavoz o cualquier otro alto cargo de vaya usted a saber que institución europea dice o hace algo que echa por tierra cualquier expectativa de mejora. ¿Lo hacen aposta para que estemos siempre con el alma en un puño? Sinceramente no lo creo, pero la incompetencia de algunos, unida al afán de protagonismo de otros provocan peleas institucionales que terminan, por lo general, con unas cuantas patadas en nuestros traseros.
Uno de los casos más sonados últimamente, que es precisamente el que viene a la portada de Tiempo de esta semana, es el de las garantías de los depósitos bancarios. Las inversiones en Bolsa tienen sus riesgos y no hay más que ver episodios como el de Pescanova en España y algunos otros “chicharros tecnológicos” fuera de nuestras fronteras. Ni que decir tiene que comprar deuda subordinada o preferentes puede acarrear disgustos de grandes proporciones. Y si encima llegan los mandatarios europeos y no se ponen de acuerdo sobre cómo tienen que garantizarse los depósitos bancarios, poner el dinero a salvo requiere a veces encajes de bolillos.
El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, se ha alineado con el presidente del Banco Central Europeo, el italiano Mario Draghi. Ambos defienden la garantía ilimitada de los depósitos, de manera que si la crisis provoca la quiebra de un banco, los saldos de las cuentas corrientes y de las imposiciones a plazo estén blindados, cualquiera que sea su cuantía. Otros mandatarios, sin embargo, abogan por dejar las cosas como están ahora, manteniendo el blindaje sólo para los primeros 100.000 euros por titular y banco. Y aún hay algunos que pretenden que en caso de batacazo de una entidad financiera, los ahorradores sufran también las consecuencias con la pérdida de parte de su saldo de las cuentas. El argumento de estos últimos es que hay que saber dónde se pone el dinero.
Veamos. Se supone que el Banco Central Europeo (BCE), la Autoridad Bancaria Europea (EBA), los bancos centrales de cada país y las inspecciones y auditorías deberían ser suficiente garantía para que ningún europeo tenga que estudiar un curso de contabilidad financiera, otro de auditoría y saberse de memoria la regulación internacional de riesgos (Basilea III) para decidir dónde domicilia la nómina o en qué banco deja sus ahorros. No está comprando acciones ni activos raros. Sólo está dejando su dinero en el banco para que se lo guarden y le den algo (cada vez menos, por cierto) a final de año. ¿Es tan difícil de entender eso? Yo creo que no. Mario Draghi cree que tampoco y añade que si Europa se carga el principio de que los depósitos son sagrados habrá otra crisis bancaria.
De momento, los 100.000 euros por titular y banco están blindados hasta diciembre de 2015. Desde este humilde blog hago una petición a los mandatarios europeos: si no llegan al acuerdo de blindar todos los saldos, sea cual sea su cuantía, que dejen las cosas como están y que, por favor, ninguno salga diciendo que igual hay que revisarlo y que los depositantes paguen su cuota parte en futuras crisis financieras. ¿Por qué no nos dejan vivir en paz?
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