Por su interés y actualidad, como diría Luis María Anson, y por una vez, me atrevo a robarle a Incitatus lo que ha escrito sobre la inauguración de Letra, encuentro internacional de creadores y artistas (Letra) y de autoridades (la inauguración). Es lo que sigue:
Hago bien en llegar pronto porque se ha corrido la voz y el salón de actos del Ateneo está hasta arriba, nunca lo había visto así: han tenido que abrir el piso superior (no hollado, imagino, desde cuando don Manuel Azaña) y han habilitado el palquito del fondo como “sala de prensa” en la que trata de colarse todo el que ya no tiene sitio en otra parte. O sea, la marabunta.
¿Motivo? Que se va a inaugurar Letra, el encuentro internacional que, por tercer año consecutivo, reúne en el barrio de las Letras de Madrid a escritores, pintores, músicos, periodistas y demás gente de mal vivir. Esta vez, el país invitado es Perú. Quizá por eso (sólo quizá), el acto inaugural que ha convocado a tanta gente concluirá con un diálogo entre Mario Vargas Llosa y el pintor peruano Fernando de Szyszlo. Ambos están sentados en primera fila, que es la de autoridades.
Hace calor. El esperadísimo acto comienza con música: interviene el ilustre guitarrista Javier Echecopar, que además es agregado cultural de la Embajada del Perú. Toca francamente bien. Interpreta tres obras: Marizápalos, melodía española del Barroco de la que se sirvió Joan Cererols para crear su insuperable villancico Serafín que con dulce armonía; una toccata y sonata, y una tercera pieza cuyo nombre no puedo retener porque un cretino que tengo detrás se ha puesto a hablar por el móvil y no se oye nada. Pero muy bien. El señor Echecopar es muy aplaudido.
En segundo lugar sube al escenario don Carlos París, ilustre presidente del Ateneo, quien saluda a las autoridades (lo cual lleva su tiempo, porque son unas cuantas) y luego cultiva a los asistentes hablándoles sobre el 175º aniversario, que ahora se cumple, de la docta casa; sobre el objetivo de la institución, que es difundir la cultura, y a continuación sobre la historia del Ateneo y la lista de sus presidentes. Cuando va ya por Miguel de Unamuno se interrumpe un momento, quizá para tomar aire, porque sigue el calor; ahí es cuando alguien del público rompe astutamente a aplaudir, los demás le seguimos y don Carlos no tiene más remedio que abandonar el escenario, hay que decir que algo mohíno.
En tercer lugar hace uso de la palabra don Víctor del Campo, joven e ilustre director de Letra, quien da, efusiva y detalladísimamente, las gracias a las autoridades, a los asistentes, a los patrocinadores, a los intervinientes que han intervenido y a los intervinientes que intervendrán. Relata con emoción la trayectoria de Letra durante los dos últimos años y deja exhaustivamente clara su fe en que esta tercera edición será un éxito. Habla con mucho sentimiento y es muy aplaudido.
En cuarto lugar sube al escenario don Beltrán Gambier, ilustre letrado de origen argentino, director de la revista Intramuros y una de las almas de la organización. Su presencia es recibida con murmullos que pudieran parecer de impaciencia a los amargados de siempre, pero que en realidad son de agradecimiento porque don Beltrán, además de volver a dar las gracias uno por uno a todos los antedichos, lee el programa de actos de esta edición de Letra. El programa llevaba como veinte minutos repitiéndose en la pantalla del fondo, gracias a un bien elaborado trabajo de power point, pero ¿y los ciegos, los cortos de vista, los que hubieran podido dejarse las gafas en casa? Alguien tenía que ocuparse de ellos. Don Beltrán es muy aplaudido.
¡NO SE OYE!
En quinto lugar ocupa el podio doña Concha Guerra, ilustre viceconsejera de Cultura de la Comunidad de Madrid (una de las instituciones patrocinadoras del acto), quien, algo nerviosa por los crecientes murmullos que sin duda son de admiración pero la verdad es que empiezan a no parecerlo, comienza a relatar con todo ímpetu (es una mujer de carácter) lo mucho que la Comunidad de Madrid hace por la Cultura, dónde, cuándo, cómo y por qué.
Pero algo va mal. El Ateneo no sería el Ateneo si la megafonía del salón de actos funcionase bien, y el micrófono decide tomarse un descanso; merecido, porque llevamos todos allí ya media hora larga disfrutando de las intervenciones. El caso es que el aire de la sala se rasga con los entrañables alaridos de “¡No se oye!”, tan tradicionales en el augusto caserón de la calle del Prado. Los técnicos empiezan a enredar y pronto vuelve a funcionar el micrófono; eso sí, engalanando la voz de doña Concha con el habitual pitido (juraría, después de tantas veces, que es en Si bemol) que primero suena suavecito, luego atruena, luego vuelve al mezzo piano y luego ya no se sabe. Doña Concha concluye su brioso alegato acerca del inmenso amor que siente el gobierno madrileño por la Cultura y vuelve a su asiento. Es muy aplaudida.
En sexto lugar sube al escenario, en medio de algo que ya es bastante más que un murmullo pero que sigue siendo (cómo no) de agradecimiento, don Miguel Ángel Villanueva González, ilustre concejal delegado del Área de Gobierno de Economía y Empleo del Ayuntamiento de Madrid, quien lee un conmovedor discurso que ha escrito él, vamos, es que está clarísimo que lo ha escrito él mismo, cómo dudarlo, él solito y no un jefe de prensa con sintaxis; un discurso, decía, en el que habla del océano que nos une y no nos separa (se refiere, supongo, al Atlántico; el hecho de que el Perú tenga costa con el Pacífico añade a las palabras del ilustre concejal el delicado aroma de la licencia poética), del idioma de Cervantes, del progreso común y de todas esas cosas tan hermosas y tan originales que tanto emocionan siempre en las inauguraciones de actos. Es muy aplaudido.
En séptimo lugar sube al escenario el excelentísimo señor don Jaime Cáceres, ilustre embajador del Perú, quien, ante el encrespado oleaje verbal –de admiración, disfrute y agradecimiento– que llega desde la sala, comienza: “¡Hombre! ¡Algo tengo que decir yo!” Mientras el concejal Villanueva aprovecha para escurrirse felinamente hacia la calle, el embajador da las gracias a todo el mundo, habla de los artistas, de los creadores, de que estar allí le llena de “orgullo y satisfacción” (subliminal homenaje a nuestro Rey; qué bonito) y de los lazos comunes. Es muy aplaudido.
En octavo lugar vuelve a subir al escenario don Víctor del Campo, ya quedó claro que ilustre director de Letra, quien, luchando como un marinero noruego contra la galerna de gritos, aullidos, bramidos de felicidad y gratitud que llegan desde la sala, se empeña en presentar a los dos señores que van a hablar después. Dice que ninguno de los dos necesita presentación, pero es evidente que él está allí para presentarlos y que no piensa soltar el micrófono hasta que lo consiga. Lo consigue. Es aplaudidísimo.
Y en noveno lugar suben al escenario Mario Vargas Llosa y Fernando de Szyszlo. Pero eso, claro está, no tiene ningún interés. Todos estábamos allí para escuchar a las autoridades y para nada más. Hora y cuarto. De reloj.
Comentarios recientes