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Crucificado en mitad de la tarde está el espantapájaros.
Tiene apenas la edad de una cosecha, pero su cercanía huele a frutas y eternidad.
(Gabriel García Márquez, Obra periodística; Textos costeños, 1948)
No sé si será la dichosa ciclogénesis, o que el mundo está vuelto del revés y a su bola y ya no entiende de axiomas, pero el otro día, camino a mi tierra natal, Badajoz, vi por la ventanilla de mi asiento de autobús una pareja de conejos corretear sobre una cancha entre rastrojos abandonada. Que España es “tierra de conejos”, ya no lo duda ni el Corominas, pero de ahí a que sea “cancha de conejos” hay un trecho, como lo hay entre la escena que contemplé después y la más natural que mi memoria biológica y televisiva de la 2 recuerda. Un halcón, azor o milano, o gavilán, o cualquier ave de las que llaman de cetrería o altanería los que saben de estas cosas, se abalanzó sobre aquellas criaturas juguetonas y despreocupadas con el ansia del hambre y la vehemencia de sus genes. Ya sea por la habilidad de los conejos en sus quiebros y saltos, ya sea por lo concreto del hábitat (y lo de “concreto” va con segundas, que así llaman los americanos de habla hispana al cemento) o ya por el azar que campa por sus respetos, el predador de altos vuelos se dio una hostia de aúpa sobre el lluvioso pavimento sin más protección que unos hierbajos húmedos y una soberbia y recia constitución. No fui testigo del desenlace, porque el autobús cogió curva y luego recta, y la espalda no conoce ni reconoce ni distingue lo sublime de lo ridículo, pero no pude evitar pensar en el ministro Wert y su desplante protocolario a los muchachos de los Goya, tan dados últimamente a la pancarta y al glamur de marcha roja… como la alfombra por donde pasan/pisan sus bellezas de domingo y sin mixomatosis.
Este señor de apellido raro (pasen Wenceslao o Wilfredo en el nombre, pero de ahí a Wert, ya empiezo a tener problemas fonéticos como los tuve para encontrar las cinco uves dobles del periodismo anglosajón), gallego como el Rajoy, a quien asesora, y con su misma gracia de monte bajo, olvidó una máxima inapelable para los que se dedican al noble arte de contentar: «Pase lo que pase, alienta la vanidad de tu enemigo haciéndole creer que lo vale, para así mantener bien alta la tuya, que también crees que lo vale». Es un juego de pendones y anhelos de viento donde no hay vencidos, sino felices globos hinchados.
Sociólogo de profesión, que en el mundo de la política es como decir que Hitler pintaba cuadros, rostro de tener que irse pronto (un cagaprisas que se dice en castellano) y blasón germánico, Wert decidió días antes de la ceremonia goyesca excusarse por tener citas posteriores, como dicen que hacía Óscar Wilde cuando le invitaban a algún insufrible sarao de señoras bien amantes de sus versos, chascarrillos y envenenados dardos.
El Gobierno del PP y su gabinete de crisis parece el deus absconditus del que hablaba Tomás de Aquino, o el otiosus del deísmo, alejado del mundo para esconderse de él y los dioses menores que somos nosotros, el resto, en horas bajas, y resolver sudokus existenciales sobre la vida más acá del embarazo o la bajada/alzada del precio de la luz. No da una a derechas (y perdón por el doble sentido) y ya sea por una controvertida e inoportuna entrada en el Diccionario histórico o por una salida de tono en la ausencia que debió ser presencia, el señor ministro Wert representa al cazador quebrado en su vuelo del principio de esta entrada, que espero no sea tan inadecuada como la de Franco en el contexto de la intrahistoria de España, de esta España de goyas por un día y atestada de conejos saltarines y bien hablados ellos.
VALE
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