No es que le quiera robar el título de la película a José Luis Garci, uno de mis directores de cine favoritos. Aunque mi vida actual podría ser perfectamente nominada a un Óscar de la Academia de Hollywood. Incluso llevarme el galardón. El de mejor actriz dramática en lengua extranjera. Creo que esta categoría no existe, pero deberían crearla y dedicarla, especialmente, a las mujeres de mi generación. Sé que a estas alturas de mi vida tendría que estar ya acostumbrada a las rupturas. Incluso más de lo que estoy a las dietas. No es por nada, pero puedo presumir de tener una colección de novios más larga que la de Isabel Preysler. Incluso me atrevería a decir que en la mía hay mas variedad. Bromas aparte, en estos momentos, cuando la autoestima está más baja que Torrebruno, pensamientos profundos acechan mi mente. ¿Física cuántica?, ¿Evolución de la especie? No, pensamos en cosas que nos hacen sentir peor aún. Por ejemplo, ¿realmente habrá una pareja para cada uno de nosotros? ¿existe alguien especial destinado sólo para mi? y, en ese caso, ¿dónde se ha metido? Le comentaba esta reflexión a la persona mas frívola que conozco, María, mientras tomábamos un gin tonic en el sitio de moda de la semana. Sí, los bares cool en Madrid son como las parejas, cada vez duran menos.
-No seas absurda, ¿cómo va a haber alguien solo para cada uno de nosotros?
Y lo más importante de toda la frase era la palabra “solo”. En el mundo de María no existían cosas únicas. Casi todo lo tenía a pares: zapatos, pantalones, camisas, novios… En esta última categoría, había llegado a desarrollar tal habilidad que incluso tardaba más en escoger un combinado que una pareja. En cuanto a mí, en el fondo le envidiaba. No sé si me estaba haciendo mayor, pero ya no me recuperaba con tanta facilidad como antes de las caídas. Tampoco de las físicas. Los primeros síntomas post-ruptura empezaban a hacer su aparición. Veía a Juan por todos los lados. Miraba constantemente el móvil y no me atrevía a entrar en el metro por si me quedaba sin cobertura. Hay cosas que no se pasan ni con los años, ni con la experiencia.
Cuando estaba a punto de acabar mi copa, María me ofreció su casa hasta que encontrara otra. Estaba inmersa en ese periodo absurdo en el que romper con alguien no sólo supone recomponer tu corazón, sino también decir adiós a tu casa, tus hábitos, algunos de tus amigos y a una parte importante de tu vida. Una vida que te podía gustar más o menos, pero era la tuya.
No sé qué me daba más miedo: si pasar este periodo de transición con Juan o con María. No era la persona más fácil del mundo para la convivencia. Y aún más importante, ¿dónde guardaríamos todas nuestras cosas si entre las dos casi podíamos poner unos grandes almacenes?
Tras el segundo combinado rechacé amablemente su invitación. “No te ofendas, pero ya me he quedado sin novio, no quiero quedarme también sin amiga”
Así que de momento sigo con mi estampa familiar: Juan sigue durmiendo en el sofá y yo busco piso, mientras fingimos que a ninguno de los dos nos importa.
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