Cualquier guerra que se precie tiene un oasis de paz. Un lugar idílico dentro de la sin razón que es la guerra. Kabul no iba a ser menos. En esta ciudad, antigua cuna de esplendor y opulencia venida a menos por culpa de fanáticos descontrolados y ambiciosos señores de la guerra, existen dos lugares donde es posible evadirse de la realidad que a uno le rodea por doquier. Un lugar donde el polvo que barre Kabul tiene prohibida la entrada y donde los trajes de chaqueta y corbata se mezclan con elegantes vestidos escotados, que lucen las mujeres. Un Kabul distinto al Kabul real. Un oasis desde donde es posible olvidarse de una realidad que está muy presente con cada atentado.
Esos lugares son el hotel Serena y el Intercontinental. Oasis amurallados donde los extranjeros se sienten dichosos y seguros tras unas más que notables medidas de seguridad. Aquí, diplomáticos, hombres de negocios, ávidos periodistas en busca de una buena historia, mercenarios, contrabandistas, políticos y demás fauna afgana se reúnen para desconectar de una realidad que entre sus muros no tiene cabida.
Gimnasio. Piscina. Sauna. Jacuzzi. Restaurantes. Internet Wifi… El siglo XXI en pleno siglo XIII. Son burbujas donde la opulencia rebosa por los cuatro costados, e incluso puede llegar a distorsionar la realidad. Lugares desde donde la prisa de la guerra se ve muy distante y los únicos ecos que reverberan entre sus suelos de mármol no son los de las balas, sino el de las risas de los clientes que son engullidas por conversaciones insustanciales mientras degusta una buena botella de vino.
Este tipo de hoteles en zonas de conflicto suelen ser un objetivo bastante apetitoso para la insurgencia; sabedores que tendrá más repercusión a nivel mundial un muerto extranjero que cien locales… Por eso aquí, donde las medidas de seguridad son alarmantemente férreas, las garras de la insurgencia consiguen clavarse para mostrar su poder. El pasado martes, un comando talibán logró penetrar en el interior del hotel Intercontinental y acabar con la vida de nueve extranjeros, incluido con la del español Antonio Planas que se encontraba alojado en el hotel. El Serena también sufrió un asalto similar en enero de 2008 que costó la vida a siete personas; los talibanes lograron llegar hasta el gimnasio donde ajusticiaron a los que allí encontraron…
Por 300 dólares la noche el huésped puede disfrutar de todas las comodidades que se le antojen. E incluso sentirse invulnerable detrás de gruesos muros de hormigón y de una legión de hombres pertrechados con armas automáticas y cara de pocos amigos.
Sentarse en alguno de los mullidos sofás que están situados en las recepciones sirve para obtener una visión edulcorada de la realidad. Una visión a la que están acostumbrados la inmensa mayoría de los políticos que por aquí se dejan caer y que hablan del progreso de Afganistán y de los logros de la misión internacional. Claro que ver la CNN por la pantalla plana de la televisión de la habitación, tomarse un cappuccino con mucha crema en la sala Char Chata, del hotel Serena, o poder darte un chapuzón en la piscina tienen la culpa. Muchos deben creer que el mundo debe de ser así de cómodo, lujoso y confortable.
No es extraño toparte con una legión de extranjeros que se reúnen en alguno de los amplios salones que poseen estos hoteles para disfrutar de una representación musical de Sonrisas y Lágrimas por parte de una compañía de danza compuesta por las niñas de los más pudientes de Kabul (casi todos extranjeros). Algunos de los cuales acuden a Afganistán para sacar adelante un país que está hundido en la pobreza por salarios que rondan los 4.000 euros mensuales. Extranjeros que el único trato que tienen con un afgano es cuando les sirven el té en una taza de porcelana… Esa es la gente que intenta ayudar al pueblo afgano… Los mismos que después de la representación degustan un refrescante y sabroso helado en los amplios jardines mientras escuchan los jameos del agua caer de las múltiples fuentes diseminadas por ellos. Unos extranjeros que se atreven a hablar de Afganistán sembrando cátedra cuando desconocen la realidad que hay detrás de estos muros. Extranjeros que tienen miedo a pasear por las calles o mezclarse con el pueblo afgano…
Burbujas de cristal donde la realidad es cómo quieres verla y no cómo es. Lugares donde la guerra es un eco lejano y molesto. Sitios donde poder disfrutar de la vida… aunque sea en el mismísimo infierno.
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