La mayoría de la gente prefiere vivir en el centro de las ciudades. O en ciudades, a su vez, apartadas del centro de las ciudades y convertidas en símbolo de la exclusividad y el lujo. He leído que Fernando Torres alquila una de sus casas en La Finca y le he propuesto a Juan ir ahorrando para el alquiler. Me ha mirado raro y no entiendo por qué. Si vendemos su alma y la mía y nos endeudamos por el resto de la eternidad, creo que podríamos permitírnoslo.
Hay quien se muda a Nueva York buscando sueños imposibles. Al otro lado del Atlántico son igual de inalcanzables pero ¡qué diablos!, allí, gracias a la industria, al menos todo huele, sabe y se respira como en casa. Y hay quien prefiere vivir al lado de una estación, porque como todo el mundo sabe allí los trenes pasan más de una vez. Por supuesto, hablo en un sentido más allá del metafórico. Recuerdo que una vez salí con un chico que vivía al lado de una estación. Las primeras noches estuvieron bien, las olas en la bañera era gratuitas, pero ni eso compensaba el silbato de las siete de las mañana, ni el de las siete y media, ni el de las ocho, ni ese largo etcétera.
Ese es el consejo que le estaba dando a Paz, mientras disfrutábamos del nuevo brebaje vintage de moda en la ciudad: vodka con tónica. No me refiero a que viva al lado de una estación, sino a que no se preocupe porque piense que ha perdido el tren, porque los trenes pasan más de una vez en la vida. Estaba poniéndome filosófica cuando me cortó en seco:
-Lía que no enteras. Que he perdido el tren, el de verdad, el de atocha renfe y he llegado tarde al trabajo. Y el jefe me ha echado la bronca. Y cuando he ido a la máquina del café a reponerme, me ha seguido Jesús, el buenorro del que te hablé y me ha dicho que si cenaba.
-¡Qué me dices!, ¡enhorabuena! ¿y qué le has dicho?
-Yo le he dicho que sí, que por supuesto.
-Y ¿cuándo habéis quedado?
-Hemos quedado en que la rúcula va mucho mejor con el queso de cabra que el canónigo pero que éste a su vez va mucho mejor con nueces y salsa agridulce.
-Perdona me he perdido. ¿Vais a ir a un vegetariano?
-Estás hoy como el puré de verduras de mi madre, espesa. Que no hemos quedado, que quería saber qué dieta seguía.
-¿Los tíos se interesan por la dieta?
-Al parecer los buenorros sí. ¿Te lo puedes creer? para una vez que me dirige uno la palabra y se interesa por lo que como, ¡si ni siquiera mi madre se interesa ya por lo que como!
-Bueno, igual es el comienzo de una buena amistad como en Casablanca.
-Sí de una amistad culinaria, como los de Masterchef. De momento, hemos intercambiado tres recetas y un par de vinos.
-¿Y cuándo os vais a cenar juntos? porque a mi me parece muy raro que se interese por tu dieta y nada más.
-Espera que este tren tiene vagón de segunda clase. Al parecer su mujer vende unos zumos detox que son muy efectivos. Te los tienes que tomar durante tres días, sustituyen a las comidas y luego te sientes mucho mejor.
-Espera, espera, ¿no se lo habrás comprado, verdad Paz?
-Voy por el segundo día, de hecho, los cacahuetes que me estoy tomando con el vodka-tonic son lo primero que como.
-Madre mía, pero ¿por qué no le has dicho que no?
-No lo sé, creo que no quería dejar pasar este tren, por si no pasaba otra vez.
Entones lo vi claro. Hay trenes que hay que dejar pasar porque no nos llevan a ninguna parte. Y, sobre todo porque no nos dejan coger otros. Los trenes pasan más de una vez, sobre todo si vives al lado de la estación.
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