Todo el mundo sabe que después de la noche viene el día, que si sube la marea se lo va a llevar todo, que dos y dos son cuatro y que tras una gran borrachera, viene una resaca aún mayor. No sólo física debida al Pisco Sour, sino también psicológica. El viaje a Perú con Jairo había sido perfecto, a excepción del mal bicho de la novia y los buitres de sus amigas. Un detalle sin importancia que ya casi, sólo casi, había olvidado.
Jairo y yo nos habíamos reído, habíamos conectado, habíamos…en fin, habíamos. El problema era el tiempo verbal. Pasado. Desde que volvimos de Perú, Jairo había vuelto al lado oscuro. Quizá fuera pánico, quizá cobardía, quizá que yo iba demasiado en serio y él…él era una de esas personas que tienen tanto miedo al compromiso que prefiere pasar por la vida de puntillas, quitándole importancia. A su filosofía, “vive el momento”, sólo le faltaba un pequeño detalle: “DEJA VIVIR”. Se notaba que él no había visto el Rey León y que yo lo había visto demasiadas veces.
Mientras yo le mandaba mensajes claros y directos al móvil, del tipo: qué tal estás, qué buena noche hace hoy, he salido pronto de trabajar, llevo puesto un vestido fantástico, estoy sola en casa, parece que hace frío, qué más hace falta que te diga para vernos, si no quieres que nos veamos, dilo claramente ¿eh?, ¡dilo!, él se hacía el despistado: Tengo mucho trabajo, me duele la cabeza, no eres tú soy yo…
Tenía dos opciones: quedarme en casa llorando y bebiendo, una gran tentación, sobre todo, la segunda parte de la oración. O llamar a Arturo, el de la importación de materias primas. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, Jairo y yo no estábamos comprometidos. Éramos amigos especiales, pero no una relación al uso. Ni siquiera habíamos comentado el tema de la exclusividad, pero dudaba. Y es que gracias a mi gran intuición femenina notaba que Jairo y Arturo tenían una relación tóxica. Bueno, gracias a mi gran intuición y a que Jairo me dijo que no le soportaba. Al parecer, habían tenido un pequeño incidente con la bicho-novia. No era de extrañar, ¡casi lo tengo yo!
Salir con un enemigo de Jairo no era la mejor opción, pero no me dejaba alternativa. Arturo era un tío guapo, elegante, que se dedicaba a la exportación de materias primas. Era un misterio. No sólo por sus negocios. Con él corría dos riesgos: ser yo la prima o la materia a exportar. Después de esta conclusión, me lamenté de no haberme dedicado al análisis bursátil. Estaba claro que se me daba mejor que el amor. Pero había algo que me llamaba, además de su móvil.
Finalmente, sopesé la situación. Tenía una botella de Albariño en mi nevera que me decía: bébeme, bébeme y un tío guapísimo esperándome en un bar que me decía: ¡las copas las pago yo! No está el mundo para desperdiciar las invitaciones. Así que quedé con Arturo en el Populart, un bar de música jazz en directo que alivia cualquier noche de soledad.
Todo el mundo sabe que es muy difícil hablar mientras un grupo toca en directo. Pero no para mí. Que se lo digan al pobre saxofonista que me miraba con ojos asesinos. Aunque casi no dejé meter baza a Arturo, resultó ser una caja de sorpresas. Me dijo que era un empresario de éxito. ¡Ja! ¿Quién es un empresario de éxito con la que está cayendo?, (y no, Urdangarín no cuenta). Analizándolo después, estaba claro que se refería a tenerme a mí al lado. Era normal, porque yo traté de impresionarle. Mucho. Tanto, que me pasé en el empeño.
Hacía chistes fáciles del tipo: esto van dos y se cae el de en medio o ¡Ay, quién maneja mi Bankia, quién!*. Él se reía por compasión, creo yo, hasta que por un instante me miró con ternura y me acarició el pelo. En ese momento me dí cuenta de que Arturo me podía gustar. De verdad. Así que decidí que era hora de dejar los gin tonics a un lado y volver a casa. No soy partidaria del miedo. Nos hace esclavos y vulnerables. Pero Jairo y él eran juntos un cocktail molotov. Además, enrollarme con un enemigo de Jairo, por muy enfadada que estuviera con él, no sabía si era lo más honrado. O, por lo menos, lo que más me convenía en ese momento.
Como la Cenicienta, pero sin descalzarme, le dije que me tenía que ir corriendo a casa, que se me había hecho tarde. Muy tarde. Casi 30 años tarde, pensé en un ataque de sinceridad sin precedentes en mi vida. En el portal nos besamos, con las luces de neón del barrio como testigos y un par de borrachos que discutían sobre quién había bebido más copas en su vida.
Le hubiera invitado a subir, pero no lo hice. No porque me pareciera muy pronto o porque él pudiera pensar que iba muy deprisa. Sino porque no había hecho la cama y tenía la habitación revuelta. Y eso es demasiado íntimo para compartirlo en la primera noche.
Le dí las gracias, otro beso de propina y un hasta luego.
*Nota: al leer esta frase, añadid por favor la música de la canción española en el único Festival de Eurovisión en el que no nos votó ni Portugal.
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