Parecíamos un retrato de boda en el salón de mi madre. Jairo y yo, super elegantes, cogidos de la mano. Lo bueno de las fotos es que son una imagen estática, desde un sólo ángulo. En frente de esa idílica instantánea tenía a decenas de desconocidos que me escudriñaban con la mirada. Por alguna razón que no tenía nada que ver con mi escote, o sí, me miraban como pensando: mira, la nueva. Y yo a ellos, como: sé lo que estáis pensando pero me da igual. Al menos al principio. Jairo me presentó a casi todos los invitados. Creo que le faltaron los camareros pero no se lo tuve en cuenta. Al fin y al cabo, era el convidado de piedra en aquella boda. Había que aguantar y no sólo los tacones. El viaje, hasta entonces, había sido muy bonito. Nos habíamos reído bastante y todo estaba saliendo mucho mejor de lo esperado: el entorno era maravilloso, Jairo se mostraba relajado y encantador, los novios, Linda y Edgar, estaban muy guapos…Lo típico, él parecía un pingüino y ella un merengue.
Jairo me los presentó tras una preciosa ceremonia donde menos la Salve Rociera, que allí no se estila, cantaron de todo.
-Hola querida, me dijo ella, cuando nos acercamos a felicitarlos.
-Enhorabuena, le contesté yo un poco extrañada por la confianza de su saludo.
Y mientras los chicos se daban grandes palmadas en la espalda, se llamaban “cabronazos” y sonreían socarronamente, ella me agarró del brazo y cogió dos copas de champagne de una bandeja. Nunca he visto a una novia moverse con tanta rapidez.
-Bueno, Lía, brindemos. Te llevas lo mejorcito del grupo, me soltó con maldad.
-¿A dónde?, le respondí yo, dándole un gran trago al champagne. Aquella conversación prometía.
-Ja,ja. Ten cuidado, nena, éste es de los de flor en flor. De aquí ha estado con casi todas. Imagino que ya te habrá llevado a esquiar, ¿verdad?, me volvió a inquirir la víbora vestida de blanco.
-Sí, casi todas las noches, se la devolví en un golpe de efecto que ni Rafa Nadal.
-Jeje, jeje. Ante las sonoras carcajadas del dulce de leche, más bien de mala leche, que tenía en frente, Jairo y Edgar se acercaron a nosotras. Y tras los típicos comentarios absurdos que se hacen en estos momentos: que si estáis nerviosos, dónde vais en la luna de miel, por cierto, sabes que te has casado con un mal bicho, nos despedimos de los novios para seguir conociendo a sus amigos.
Estuve a punto de contarle lo grosera que había sido la tal Linda, pero me pareció que tenía todas las de perder. Meterte con la novia, por muy arpía que sea el día de su boda, no está bien. ¿O sí?
Pero lo mejor estaba por llegar. Las íntimas amigas de la novia y, al parecer, también de Jairo hicieron su aparición. Tres chicas altas, guapas y descaradas vinieron corriendo hacia nosotros en forma de buitres. Les faltaba el típico sonido, pero los ojos, las garras y la lengua los tenían igual. Revolotearon en torno a él, besándole y abrazándole, mientras yo quedé apartada a un lado sin saber muy bien qué hacer o decir.
Otro camarero, ¿o era el mismo?, se acercó con una bebida que nunca olvidaré (sobre todo por la resaca del día después). El Pisco Sour. Durante muchos años, he oído hablar de las maravillas de Perú, pero ¿cómo es posible que nadie mencionara el Pisco Sour? Machu Pichu, a su lado, una minucia. Mientras bebía a tragos desesperados, y a punto de coger mi segundo Pisco Sour, Jairo se acordó de mí y me presentó al resto de la manada.
Eran tres, pero a mí me parecían una legión. No porque viera doble, que casi, sino porque me parecían iguales y, sobre todo, porque estaban preparadas para matar. Les faltaba la cabra. Por unos minutos, Jairo me dejó a solas con los buitres, mientras él saludaba a otros invitados. Ellas aprovecharon para tratar de sacarme toda la información posible sobre nuestra relación. Que si cuánto hace que nos conocemos, que si no me había presentado a sus padres, que si ellas-todas-habían salido con él, que si camarero por favor otro Pisco Sour que me voy a tirar a la yugular de alguna y se me va a manchar mi precioso vestido…
Con sus miradas y sus comentarios trataron de que aquella velada se convirtiera en la peor de mi vida. A veces las mujeres somos nuestro peor enemigo. Y no entiendo por qué. Bastante difícil es batallar en un mundo de hombres, para que entre nosotras también nos pongamos barreras. Mi vaso empezaba a llenarse, y no precisamente de Pisco Sour hasta que, con la típica excusa del lavabo, huí de ese rincón de alimañas que me hacían sentir como una más entre las muchas otras que pasarían por su vida. Luchando por andar con mis tacones de aguja que se clavaban como estacas en el húmedo césped-adiós glamour, parecía un zancudo- llegué a un precioso rincón donde podía contemplar con calma el atardecer. Dos minutos después, una voz. Y no era interior.
-¿A ti tampoco te gustan las bodas?, me dijo un hombre alto, rubio y con ojos verdes.
-Digamos que yo soy más de luna de miel, le contesté. (¡Toma! Parecía otra con el Pisco Sour)
-Me llamo Arturo, me respondió con una sonrisa mientras me extendía su mano.
-Y yo Lía.
-¿Hace mucho que conoces a los novios?
-Sí, hace ya diez minutos, le contesté.
-Je, je. Yo soy amigo del novio. Nos conocemos desde la Universidad, los dos estudiamos en Estados Unidos.
Era la primera persona agradable, aparte de mí misma, que me había encontrado en la fiesta. Se dedicaba a la exportación de materias primas desde España a Latinoamérica. Y era de Madrid, vamos, un tipo encantador. Eso sí que fue una conexión y no la de telefónica. Diez minutos después ya estábamos hablando de quedar un día en la capital hasta que Jairo apareció.
-Lía, vamos, ha empezado el baile.
-Espera quiero presentarte a Ar
-Sí, Arturo y yo ya nos conocemos, vamos, me dijo cogiéndome del brazo.
Me despedí de Arturo, la única persona de la boda que no me habló de la soltería de oro de Jairo, de su pasado o de lo buen partido que era. El resto de la noche, estuvimos bailando ante la envidiosa mirada de los buitres. No me importaba lo que pasara mañana. Sobre todo, porque con tanto Pisco Sour estaba más concentrada en no caerme, que en mi situación con Jairo. O quién sabe, quizá había aprendido la lección.
Comentarios recientes