El lomo naranja del ensayo Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, de Slavoj Zizek, se ilumina en mi estantería. Puede que sea un reflejo del sol que, a través de mi ventana, golpea por casualidad la pigmentación de este libro en concreto. Puede, por el contrario, que sea una señal divina: acabo de ver, por enésima vez, el final de Indiana Jones y la última cruzada, y estoy en modo místico. Me levanto, lo extraigo del lugar en el que ha estado acumulando polvo los últimos dos años, miro su portada y lo abro. Reconozco que trato fatal a los libros: les doblo las esquinas, apunto sobre sus hojas y los subrayo, pero esta manera de trabajar sobre ellos es muy útil para acceder a todo aquello que necesito recordar.
Una pestañita me señala directamente la segunda página de la introducción:
Éste es el punto de partida, quizá incluso el axioma, del presente libro: la violencia subjetiva [actos de crimen y terror, disturbios civiles, conflictos internacionales] es simplemente la parte más visible de un triunvirato que incluye también dos tipos obetivos de violencia. En primer lugar, hay una violencia “simbólica” encarnada en el lenguaje y sus formas, la que Heidegger llama nuestra “casa del ser”. […] En segundo lugar, existe otra a la que llamo “sistémica”, que son las consecuencias a menudo catastróficas del funcionamiento homogéneo de nuestros sistemas económico y político.
Pellizco la siguiente pestaña doblada y me abre la página 21, en la que Zizek ya se ha metido en harina en el primer capítulo. Y leo otro párrafo que mi yo del pasado ha subrayado. Y me río. Mucho.
La oposición a toda forma de violencia -desde la directa y física (asesinato en masa, terror) a la violencia ideológica (racismo, odio, discriminación sexual)- parece ser la principal preocupación de la actitud liberal tolerante que predomina hoy. Hay una llamada de socorro que apoya tal discurso y eclipsa los demás puntos de vista: todo lo demás puede y debe esperar. ¿No hay algo sospechoso, sin duda sintomático, en este enfoque único centrado en la violencia subjetiva (la violencia de los agentes sociales, de los individuos malvados, de los aparatos disciplinados de represión o de las multitudes fanáticas)? ¿No es un intento a la desesperada de distraer nuestra atención del auténtico problema, tapando otras formas de violencia y, por tanto, participando activamente en ellas? Según cuenta una conocida anécdota, un oficial alemán visitó a Picasso en su estudio de París durante la Segunda Guerra Mundial. Allí vio el Guernica y, sorprendido por el “caos” vanguardista del cuadro, preguntó a Picasso: “¿Esto lo ha hecho usted?”. A lo que Picasso respondió: “¡No, ustedes lo hicieron!”. Hoy día muchos liberales, cuando se desatan explosiones de violencia como las que se han producido de un tiempo a esta parte en los suburbios de París [en referencia a la quema de coches en la capital francesa en 2005], preguntan a los pocos izquierdistas que aún creen en una transformación social radical: “¿No fuisteis vosotros los que hicisteis esto? ¿Es esto lo que queréis?”. Y deberíamos responder, como Picasso: “¡No, vosotros lo habéis hecho! ¡Éste es el verdadero resultado de vuestra política!”.
Esta mañana, la periodista de Telemadrid María López ha admitido su culpa en la utilización de imágenes de disturbios en las manifestaciones griegas para ilustrar los actos violentos -que lamento y condeno, digo de paso- que tuvieron lugar el pasado 15 de junio en los aledaños del Parlament de Cataluña. Pero no ha rectificado, en absoluto, sino que ha usado otras imágenes para sostener su tesis, ciertamente muy elaborada: “Pacifistas, lo que se dice pacifistas…”. Así, en general, sin matices: la parte por el todo.
De nada sirve que ayer cientos de miles de personas se manifestaran en las calles de varias ciudades de España. Pacíficamente, sin causar ningún incidente, en una clara demostración del espíritu de este movimiento y un masivo y sonoro rechazo a la minoría violenta que desacreditó las movilizaciones la semana pasada.
Hay quien se empeña en taparse los oídos ante las reivindicaciones y las denuncias de este inmenso colectivo de ciudadanos. Su miopía enfoca con dificultad al dedo que indica a la Luna, y no a la Luna misma. O al lado equivocado de la foto: no a la masa, sino al espacio vacío, vallado. Y si asumimos como válida la justificación de que ha habido un fallo técnico en la edición de la foto, ¿no es igualmente una manipulación obviar el resto de la imagen? Es más: ¿para qué demonios necesitaban una panorámica si solo iban a destacar una porción de la realidad? Su raciocinio plantea, además, lógicas de doble filo: los que han salido a la calle son un número ínfimo comparado con la cantidad de gente que ha votado en las últimas elecciones. Un argumento que asume alegremente que la gente que ha salido a la calle no ha votado. Pero podemos aplicar el mismo silogismo al revés: la suma de las abstenciones (33%), los votos en blanco (2%) y nulos (1%) y los dirigidos a partidos minoritarios (14%), representan un cincuenta por ciento de los ciudadanos que tenían derecho a voto en las últimas elecciones. Jaque.
Zizek, filósofo esloveno del que ya he hablado en alguna ocasión, acompaña sus textos de referencias a películas y a chistes, para que sus reflexiones sean mucho más claras. Pocas líneas después del segundo párrafo señalado, escribe lo siguiente:
Hay un viejo chiste sobre el marido que vuelve a casa después del trabajo pero algo más pronto de lo habitual y encuentra a su mujer en la cama con otro hombre. La mujer, sorprendida, exclama: “¿Por qué vuelves tan pronto?” Y el marido replica, furioso: “¿Qué haces en la cama con otro hombre?” A lo que la mujer responde: “Yo he preguntado primero, no intentes escabullirte y cambiar de tema”.
Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, editado por el sello Contextos Ideas, de la editorial Paidós.
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