En cuestión de “Ex”, no hay término medio. No me refiero a “Ex” jefes, o “Ex” amigos. Me refiero a “Ex” parejas. O eres de las que conservas la amistad, por encima de todo, o eras de las que construyes una barrera infranqueable. Conozco a gente que tras una ruptura son más amigas de sus ex que cuando mantenían una relación. Y también sé de otras que tras la ruptura se dedicaron a exterminar todo lo que tenía que ver con esa relación.Tengo amigas que han sido los testigos de la boda de sus ex, incluso las madrinas de sus hijas. Y tengo otras que en esa ruptura con el pasado borran fotos, recuerdos, regalos e incluso amigos. En ocasiones, es más fácil enfrentar la vida dividiéndola entre buenos y malos, blancos y negros, sobre todo en cuestión de ex parejas. Lamentablemente, ése no era mi caso. En mi larga lista de ex, había de todo un poco. No es que me llevara ni bien ni mal, es que no me llevaba. Aplicaba el “yasieso”, la frase que todos los españoles decimos en algún que otro momento de nuestra vida: “bueno, pues ya si eso nos llamamos y quedamos un día”. Bien, en mi caso y a riesgo de convertirme en una vergüenza para el resto de españoles, ese día había llegado. En una noche de desvelo había elaborado una lista de los “ex” más recientes a los que iba a invitar: Héctor, Arturo, Rafa, Aitor, Andy el alemán y un largo etcétera con el que casi podría montar un equipo de fútbol. Pero, sobre todo, y por encima de todos ellos, había un nombre. Y no me refiero a Xabi Alonso o Clive Owen, con los que he salido mil veces en mi imaginación. Efectivamente, me refería a Jairo. El “ex” de todos los “ex”. De todas mis rupturas, Jairo había sido la más dolorosa. Por un lado, quería averiguar qué pasaría si le invitaba. Saber de su vida, experimentar cómo me sentiría. Por otro, no quería volver a abrir de nuevo esa caja de Pandora. Pero tampoco podía permitir que Juan llevara más invitados que yo a la fiesta post ruptura. No tenía muchas opciones. Uno a uno fui mandando mensajes a este encuentro con mis fantasmas del pasado. El mensaje era muy sencillo. “Hola, ¿qué tal?, sé que hace tiempo que no nos vemos. Este sábado hago una fiesta en casa y he pensado que quizá te apetecería pasarte.” Dejé para el postre a Jairo. Había pensado en enviarle algo especial, preguntarle por su vida, pero pensé que lo mejor era tratarle como al resto, sin darle más importancia. Le di a enviar, casi mecánicamente, y en menos de un minuto, se presentó de nuevo en mi móvil. No en forma de mensaje, que era lo que yo esperaba, sino en forma de llamada. Durante el tiempo que sonó el teléfono, estuve pensando qué pasaría si descolgara y escuchara de nuevo su voz. No estaba preparada para abrir esa ventana. De momento, era mejor empezar por los mensajes. Así que esperé a que colgara, me abrí una botella de un vino añejo, con la confianza de saber que, una vez picado el anzuelo, mandaría su mensaje. Diez minutos después, ahí estaba. “¡Qué sorpresa!, me alegra mucho saber de ti. Llámame si puedes”
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