ES duro caminar por la vida sin una religión debajo del brazo. Los que no profesan ningún credo se inventan una ideología o algún cuento social para sentirse relativamente dignos y para seguir tirando en esta marisma del universo. Yo, que no camino hacia ningún lugar y que soy demasiado vanidoso y caprichoso para apoyar una creencia que no sea mi barriga o la patria efusiva de mi entrepierna, prefiero pensar que Dios, sea quien sea, se toma los asuntos mundanos más a broma que los propios hombres. ¿Acaso no es una broma (pesada) haber creado al ser humano?
Como buen español, es decir, como buen soplapollas ibérico, he sido tozudo católico y fatuo anticatólico. Hace tiempo de eso, y debo confesar que me aburrí bastante siendo primero una cosa y luego otra. Pero no me hagan caso: yo me aburro con bastante facilidad cuando me sacan de los bares o de los cabarets y me piden que haga un esfuerzo para cantar con los ángeles o para vociferar como los demonios. Hablo de todo este asunto porque el Papa viene de visita (o de visitón) a Madrid para cargar las pilas a los jóvenes católicos (¿todavía más?). Me había prometido no sacar este asunto a colación con el fin de no herir los sensibles estómagos de creyentes y no creyentes, pero, ¿cómo no referirme, aunque sea brevemente, a un acontecimiento, el JMJ, que me mantiene recluido en casa?
Benedicto XVI se hospedará cerca de donde vivo. Espero que el buen hombre duerma mejor que yo. Las últimas noches han sido bastantes calurosas y me ha costado pegar ojo (y oído). Me preocupa que el venerable anciano pueda morir derretido. Sé que sería beatificado en tiempo récord, pero no me haría ninguna gracia que todo un Romano Pontífice se llevase al otro mundo una mala idea de mi barrio. Aunque no lo crean, tengo mi corazoncito, y sufro bastante cuando veo (o me imagino) a una persona mayor aplastada por el aire tórrido y ardiente del verano. Rouco Varela ha pedido a su grey que rece para que no haga demasiado calor. A Rouco, que está convencido de conocer a Dios mejor que nadie, no le cabe la menor duda de que la temperatura es también una cuestión de fe.
Benedicto XVI es un tipo intelectual, metódico, leído y que gusta del recogimiento y de la música clásica, pero no ha querido traicionar la tendencia impuesta por su predecesor, Juan Pablo II, de celebrar y presidir grandes fastos verbeneros a la mayor gloria de Jesús y de la Iglesia Romana. El catolicismo es cada vez más un espectáculo de hinchas encendidos y satisfechos en vez de la representación estética de un bello e inverosímil misterio. Pero éste es asunto que no me compete a mí, que no soy más que un teólogo aficionado y diletante, un modesto servidor del viejo paganismo heleno cuya credibilidad no atraviesa una buena racha. Que el catolicismo sea lo que decidan los católicos y que la laicidad (o el furor anticlerical) sea lo que consideren oportuno los creyentes de la no creencia, pero que no se peguen, que no se tomen sus funciones muy a pecho. Nada es realmente importante e infinito y siempre desconocido es el país del piacere.
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