Francisco es el nombre que está escrito en sus dos pasaportes, el alemán y el portugués. Nació en Aquisgrán, de familia materna de origen lisboeta. Sus compatriotas le llaman Tico, porque les cuesta pronunciar su verdadero nombre. En Italia, donde yo le conocí, le llamaban Francesco, por la misma razón. Sus amigos españoles le llamamos, simplemente, Paquito, quizá porque el hipocorístico define perfectamente su carácter entrañable y cercano. Y su forma de adoptarlo, además, demuestra un sentido del humor que desmiente el tópico asignado injustamente a los germanos.
La distancia me impide verlo tan a menudo como quisiera. Pero, aunque pasemos largas temporadas sin saber el uno del otro, cuando nos reencontramos parece que no haya pasado el tiempo. Se le echa de menos, porque este alemán de rasgos latinos con el que Fito, Piero, Alessandra y yo convivimos un año loco en una ciudad del sur de Italia, tenía ese tipo de mente lúcida que enriquece conversaciones al calor del café, despeja dudas existenciales con la facilidad con la que destapa un botellín de cerveza y alumbra auténticos aforismos en su proceso de aprendizaje del castellano más cañí -el Instituto Cervantes aún no ha reconocido nuestra labor de evangelización-.
“Feliz año nuevo”, me dijo un sábado de noviembre que amanecí pasadas las tres de la tarde, y no considero necesario describir en qué condiciones ni por qué motivo. En ese estado solo fui capaz de responder con un gruñido interrogativo que inmediatamente fue respondido amablemente: “Todos los días de resaca son uno de enero”. Solo una tos cercana a la asfixia logró apagar mi carcajada.
Ayer, lógicamente, me acordé de ese punchline digno de sit-com, aunque esta vez no sufriera resaca porque pasé la Nochevieja en familia, lejos del veneno que abrevan en según qué tugurios. Y me reí. Lo he interpretado como un augurio de que este año que estrenamos será mejor que aquel otro que enterramos la pasada noche.
Déjenme que me crea la ilusión. Un poquito.
Les invito a que se la crean conmigo.
Feliz año nuevo.
PD: Vente a España, Paquito. Que aquí todo está genial.
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