Excelente el monográfico dedicado por Tiempo a Nelson Mandela, el que fuera preso y presidente de la negra Sudáfrica, de cuya libre negritud, como otros que le precedieron o le siguieron, muchos aprendimos el valor de la palabra convertida en hecho. Ejemplo de constancia y humildad, el negro Madiba, alma invicta y mansa, supo ser, entre tanta miseria y violencia y corrupción, mensajero e instrumento.
No obstante, es otro el motivo de esta entrada, pues tiene esta palabra, negro, una variedad de acepciones y usos que la hacen extraordinaria no solo entre los colores y gamas y tonalidades, también como parte de una historia y de una forma de entender el mundo o de no entenderlo en absoluto.
Que de negro se columbran las tormentas o se tiñen las canas de quien no sabe aceptar el paso del tiempo, y que negras son las mañanas cuyas vísperas fueron ebrias y negruzcos los peldaños de la torre a oscuras que sube hasta el abismo. Negro el cuervo, y negro el cura antiguo, y el chocolate en tabletas y porcentajes, y negro el lazo por las víctimas de un tren que descarrila. Y el pan, y el carbón y la pez son tan negros como negras las bolas ocho y la rocalla inmóvil de negra noche. El cigarro que no fumo porque soy de rubio y liante, como rubias son las birras que prefiero, aunque no le hago ascos a la espumosa negra Guinness ni a la caribeña hembra y música, todo arte en negro sobre nota blanca y océano de versos negros sin más rima que la negra espada sin filo que esclaviza como un látigo.
Sustantivo y adjetivo, hermanos de una familia a hostia limpia y libre, el negro se vuelve negro, de tan nigérrimo, por la ausencia de luz de quienes prefirieron la caverna y el prejuicio, el miedo atroz y el humo negro sin mitra ni solideo. El bravo y, a veces, breve morlaco, negro el cuerpo y negra la embestida, en verdes prados pace e insemina, y en cosos blancos muere llevando en el cuello negro un “vendaval sonoro”.
¡Qué negros aquellos garabatos, firmas implacables de sentencias cobardes! Y el vómito y la bilis tan prietos como la negra lista de parados melancohólicos y la puñetera leyenda que nos persigue como negra sombra con halitosis.
Flora a cuyos aromas me arrimo por ser negra la jara y negros el álamo y el aliso y el olmo, inocentes entre ponzoñosos beleños negros y fétidos eléboros. Selváticas y tupidas redes de gritos en un puñado de polvo. Como la frase violenta y sórdida del cine negro en mitad de un duelo de bourbon y miradas cuatro rosas:
“Fue asesinato desde el momento en que se conocieron” o “Cuando muerdo un bistec, quiero que el bistec me devuelva el mordisco”.
¡Qué tendrá el negro que se vuelve mercado y merienda en cuanto asoma el dinero negro! Hay que pasarlas negras y trabajar como un negro o, ya puestos, de negro para que otros vivan como blancos, y luzcan con sus cuentas y abalorios, sus cirugías sin alma y sus pieles tostadas en vías de extinción. Me pone negro, vaya por Dios, como el gótico urbano y el tatuaje imbécil, esta larga estación sumisa en que parece perecemos. Fundido en negro.
VALE
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