“Quiero comprarme un jersey a rayas, pasaremos de la mafia, nos bañaremos en la playaaa….” Sí, a estas alturas ya habréis podido adivinar dónde voy a pasar la Semana Santa. Exacto. Escuchando las viejas canciones de los Hombres G en el sofá de mi casa. He decido que el jueves por la noche me montaré una fiesta oldie, el viernes descansaré y el sábado continuaré con un “qué vivan los noventa”. ¿Por qué este repentino ataque de nostalgia?, ¿por qué nunca superé lo de David Summers? Eso también pero lo cierto es que Juan tiene que trabajar estas vacaciones. No me entendáis mal, no es que me solidarice, es que no me lo ha dicho con la suficiente antelación como para hacer planes con mis amigas. No creo en eso de “en lo bueno y en lo malo”, al menos, de momento. Como es lo que hay, he decidido sacarle partido a mi ciudad en estos cuatro días. He hecho una larga lista de todos esos lugares y cosas que siempre he querido hacer y nunca hago. Museos, bares, tiendas (aunque tengo que confesar que de esta última categoría hay pocas que no conozca). Casi estaba hasta contenta por quedarme en Madrid, cuando recibí la llamada de M. (he cambiado la inicial para que no se reconozca) una amiga muy rica y muy pija, con la que sólo hablo de Pascuas a Ramos (frase, por cierto, muy apropiada para la fecha). Así que, como ya tocaba, me llamó para contarme con todo lujo de detalles (literalmente) que se iba con su ma-ri-do (lo escribo así porque lo pronuncia como si saborease cada sílaba de esta palabra) a Bali. Una a una me describió todas las compras que había realizado para su viaje…a los diez minutos decidí que actuaría como cuando me llama mi tía abuela la de Murcia. Una mujer entrañable de ochenta años que habla como las tortugas y que es capaz de hacer un monólogo más largo que el de “Cinco horas con Mario”. Así que puse el altavoz y aproveché para hacerme un té verde (al que siguió un menta poleo) mientras escuchaba de fondo su banda sonora. Cuando se cansó, cayó en la cuenta de que al otro lado del teléfono alguien respiraba y, al fin, en parte porque tenía la boca seca y en parte por vergüencilla, me preguntó cómo estaba y qué iba a hacer estas vacaciones. Antes de contestar, dudé. Conocía a M. y era muy P. Cualquier signo de debilidad y quedarse en Madrid en Semana Santa, lo era. Según sus criterios de lo cool y lo que “debe ser”, esta situación era de loser. De repente, me vi a mí misma dando todo tipo de explicaciones: “No, yo es que este año tenía ganas de quedarme en Madrid, hay un montón de cosas de la ciudad que aún no conozco y, claro…” Mi explicación no resultaba nada creíble. Y M. me lo confirmó cuando me dijo: Bueno, quedarte en casa es mejor que irte de camping con tu novio hippie. ¿Por qué sigues con él?, el amigo de mi ma-ri-do está deseando conocerte. Podrías venirte a Bali con nosotros…” Y fue esa amenaza externa la que me hizo reaccionar y defender a Madrid y a las caravanas y a los hippies. Al fin y al cabo, podría no ser lo mejor del mundo, pero al menos era mi mundo. Y quizá Bali sea muy bonito y muy posh y quedaba muy bien para hacer postureo pero, por el momento, Juan es mi país y Madrid es mi ciudad (con el permiso de Gertrude Stein). Así que como Alejandro Sanz, le dije a M. aquello de “te lo agradezco, pero no”. Creo que estas vacaciones, él también va estar presente en mi revival particular de música de los noventa.
Vamos juntos hasta Italia
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