Nunca pensé que la búsqueda de un nuevo piso me iba a resultar tan agotador. ¿Por qué las fotos nunca muestran la verdad? Supuestamente es el arte más realista que tenemos. Menos en los anuncios inmobiliarios. Ahí te enmarcan una habitación con encanto y dejan el resto a la imaginación de sus víctimas. Yo, que soy como la protagonista del cuento de la lechera, me imagino adosados en soluciones habitacionales de 50 metros cuadrados, a 800 euros el mes y luego me doy de bruces contra la realidad.
El problema de ser práctico sólo a ratos es que tienes que sacudirte la rabia de alguna manera. Y esa manera era Juan. Desde que habíamos empezado a buscar piso, hace exactamente cuatro días, 17 horas y 20 minutos, no parábamos de discutir. Estábamos pasando demasiado tiempo juntos. Este fin de semana, mientras él seguía buscando el apartamento perfecto, en el sitio perfecto y con un armario perfecto, yo decidí ser una mujer imperfecta y tomarme un respiro.
Necesitaba volver a mi hábitat natural: mis amigas, el vino, las compras, los debates intelectuales de medio pelo en los que tratábamos de cambiar el mundo desde la mesa del bar… Así que decidí organizar una comida en Manzana Mahou 330. Éste sí que era un rincón con encanto.
Mis amigas estaban con el famoso síndrome postvacacional. Algo que yo ya había superado. Haber pasado por ciertos estados (y no me refiero a viajar) en pocos días, te da un aire de superioridad y te transforma en una persona relajada por encima de determinados problemas mundanos. Así que pedí una ronda para todas y dije: “No me vais a dar pena. Mi problema es mucho mayor. Juan quiere que me vaya a vivir con él. Pero no quiero hablar del tema. Hay ciertas veces en la vida que, aunque haya cosas serias que discutir, es mejor no hacerlo. No solucionas nada y es mejor dejarse llevar. Pero ahora que ha salido el tema, lo cierto es que Juan ya me lo ha pedido dos veces y estoy ganando tiempo, de momento, pidiéndole que me ponga un armario grande en su casa y que, bueno, con los meses…”.
Creo que mi monólogo duró más que el de “Cinco horas con Mario”. Apenas fui consciente hasta que vi el número de tercios vacíos sobre la mesa, excepto el mío, que permanecía intacto.
Fue María la que se atrevió a decir lo que todas estaban pensando: “¿Cómo puedes hablar 15 minutos seguidos sin interrupción?”. Para después añadir que ya era mayorcita para ir probando nuevas experiencias. Según ellas y desde el cariño, a este paso mi primer piso compartido iba a ser en una residencia de ancianos. Aunque parezca increíble las sigo hablando.
Cuando acabamos de contarnos el verano, María se acordó de aquellas tardes en las que pasábamos las horas en los bancos del parque jugando a poner notas. Examinábamos a los chicos que pasaban. Luego emitíamos un veredicto sobre los muchachos en cuestión.
“Entonces nos conformábamos con que no tuvieran acné, ahora me conformo con que tengan pelo”, aseguró María. Hay cosas que nunca cambian. Algunas merecen la pena conservarlas tal cual. De manera inconsciente, empezamos a jugar a las notas con las mesas de alrededor. Tengo que decir que con el paso de los años o nos hemos vuelto unas blandas o el género masculino ha mejorado mucho. La mayoría de los que pasaron nuestro peculiar casting lo hicieron con notable. A pesar de no tener pelo.
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