Una respuesta fría
Lunes. El malestar, sin ser grave, resulta mortífero. Mata. Mata más que una tarde infinita de domingo. Pongamos que es la tarde del domingo siguiente al sábado en el que se muere tu perro. Pongamos que es el primer domingo por la tarde en el que no tienes coartada para salir a caminar. El malestar no produce fiebre ni diarreas ni neuralgias. Provoca abatimiento, cansancio anímico, quizá digestiones pesadas.
–¿Qué te pasa? –pregunta la esposa.
–No sé, tengo como un malestar –responde el esposo.
La esposa se retira porque sabe que no hay nada que hacer. Quizá mira el reloj para calcular cuánto queda hasta la hora de acostarse. La cama alivia el malestar. Más que la cama, el sueño, porque el malestar, como cualquier ser humano, necesita dormir. Dormir, morir. Amanecer, levantarse bien, con ánimo, pero notar enseguida, como una llaga en el costado, la presencia del malestar. Otra vez.
Martes. Dos mujeres hablan detrás de mí, en la cafetería.
–A mí –dice una– lo que más miedo me da es perder el carnet de identidad.
–Pero si el carnet de identidad, en última instancia, es un papel –dice la otra.
La conversación se detiene unos instantes, se estanca, como cuando el agua no corre bien por el sumidero de la pila. Doy un sorbo a mi bebida preguntándome qué derroteros puede tomar algo que ha comenzado de este modo. Finalmente, habla de nuevo la que teme la pérdida del carnet. Dice:
–Imagínate que existe el más allá.
–Vale, me lo imagino –dice la otra.
–Pero imagínatelo bien. Piensa que morirse es como abrir una puerta por la que entras en otra dimensión. Supón que detrás de esa puerta hay una laguna con un barco en el que van entrando todos los que han muerto ese día y que tú eres una de ellos.
–¿La laguna Estigia?
–De acuerdo, la laguna Estigia, si prefieres acudir a los clásicos. ¿Qué es lo que no querrías perder de ningún modo en ese más allá?
–Ni idea.
–Pues el certificado de defunción, mujer. Imagínate que te piden el certificado de defunción para subir al barco que atraviesa la laguna Estigia.
–¿Pero por qué me van a pedir el certificado de defunción?
–Pues porque es como la tarjeta de embarque. Un documento identificativo, en suma. Visto así, ya me dirás si el carnet de identidad es o no es un certificado de defunción inverso y si debe o no debe darte miedo perderlo. ¿Me explico?
–Te explicas, pero como una loca. ¿A quién le toca pagar hoy?
–A mí, me toca a mí, pero he venido sin la cartera.
–Vaya, qué casualidad.
–Apenas la saco de casa por miedo a perder el carnet de identidad.
Al poco abandonan juntas la cafetería y yo pido otra consumición. Las consumiciones me consumen. El mundo es un lugar prodigioso. Lo sería de no existir el malestar. Ni la resaca.
Miércoles. Hay lugares de la casa que no se dejan conquistar, lugares con una personalidad de persona, valga la redundancia, lugares que, incluso vacíos, parecen llenos de una fuerza invisible. Lugares que, aunque hayas liquidado la hipoteca, no son tuyos, sino suyos. Nunca dejaría mi ordenador, por ejemplo, sobre la mesa de la cocina. Ni cinco minutos, le tengo mucho aprecio. Desayuno en ella, pero desde que vivimos en esta casa el desayuno se ha convertido en un trámite. Mi mujer y yo no lo hemos hablado nunca, pero estoy seguro de que los dos sentimos lo mismo. Fue un error colocar la mesa ahí, pero no tenemos ningún motivo razonable para cambiarla, pues es donde mejor encaja. De esa mesa se han caído ya, además de mi nieto, dos jarras de agua y una ensaladera de cerámica. A veces, cuando estoy solo, a media tarde, cojo una cerveza, la abro y con ella en la mano, cargado de paciencia, me siento a la mesa para pactar con el lugar. Hablo con él, le digo que tenemos que convivir, que estamos obligados a ello pero percibo una respuesta fría. Creo que la temperatura baja un grado o dos en ese rincón al que el gato no se acerca nunca. Hay lugares malditos, en los que habita el diablo. Desconfíe usted de la casa que se vende por debajo de su precio de mercado. Quizá no logre conquistarla nunca.
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