El problema es la deuda, digan lo que digan Rajoy, Rubalcaba y la mismísima Ada Colao, imbuida de éxito mediático/revolucionario/alternativo. La deuda de España como país, en primer lugar, y después la deuda privada, de las empresas y las familias. La deuda de todas las administraciones públicas ascendió a la friolera de 913.602 millones de euros a finales de febrero, según los datos elaborados por el Banco de España, que gobierna Luis Linde y que ahora además tiene la papeleta de decidir el futuro de Alfredo Sáenz, número dos de Emilio Botín en el Santander.
Esos 913.602 millones de euros representan el 86,9% del PIB español, pero a lo largo de este mismo año subirán y alcanzarán el 90% del PIB, algo nunca visto desde que España suspendiera pagos por primera vez en el siglo XVI y lo volviera a hacer en varias ocasiones hasta 1882, fecha del último impago de la deuda. Por cierto, solo en el siglo XX, las arcas públicas alemanas no solo suspendieron pagos, sino que quebraron en dos ocasiones, en 1932 y 1945, y de ahí el pánico germano ante cualquier alegría monetaria y con las cuentas.
El Gobierno de Rajoy, con su ministro de Economía Luis de Guindos a la cabeza, celebran estos días que España parece que ha vuelto a tener crédito en los mercados y que el Reino de España puede colocar y colocar con relativa facilidad y mucho más barato que hace unos meses sus emisiones de deuda en el mercado. Y lo que es más importante, los inversores extranjeros vuelven a comprar deuda española. Sin duda es una magnífica noticia, porque si España no consiguiera esa financiación la catástrofe estaría asegurada. Sin embargo, también tiene su lado menos amable o negativo. El recurso permanente a los mercados significa que España no solo no logra equilibrar sus gastos, sino que tiene que pedir prestado para atender sus necesidades diarias, incluidas el pago de prestaciones y servicios sociales. Eso significa que la montaña de la deuda no solo no disminuye o se estabiliza, sino que crece. Es una buena noticia que España pueda endeudarse, porque significa que tiene crédito, pero también es una señal pésima porque agranda los problemas para el futuro.
La magnitud de la catástrofe de la deuda se comprueba con rapidez. En el primer trimestre de 2008, en los albores de la crisis y nada mas ser reelegido Zapatero, la deuda pública española era de 376.537 millones de euros, lo que representaba el 35,5% del PIB. Cinco años después esas cifras se han doblado y continúan en aumento. A pesar de esa ingente acumulación de deuda, cuyo importe han gastado las administraciones públicas en España, la crisis sigue adelante, el paro se ha escalado hasta cerca de los 6 millones de desempleados y la actividad económica se ha hundido. Para algunos, es la constatación de que las políticas –relajadas- de deuda y gasto no sirven para nada. Otros, por el contrario, todavía reclaman mas deuda y mas gasto. El problema es que, al final, las deudas –también las del Estado- hay que pagarlas y que, de una u otra manera, las pagan siempre los ciudadanos. Algunas veces de forma consciente y otras inconscientemente, cuando soportan mas impuestos o sufren –como algunos desearían- devaluaciones competitivas, útiles para que las empresas ineficaces ganen dinero. Hay otras fórmulas, como la japonesa de fabricar dinero, un experimento consistente en que el la moneda de los nipones valga mucho menos –incluso la mitad- sin que ellos se den cuenta de todo.
En resumen, el éxito de que España se endeude con facilidad en los mercados hay que acogerlo con algo de sordina, porque es la constatación de que para vivir necesitamos pedir prestado todos los días. Ojala se cumpla el proverbio gitano de “pleitos tengas y los ganes” aplicado a la deuda. “Tengas deudas y las pagues”.
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