Un dos, tres, respira. Un, dos tres, respira. Mi amiga Ainhoa me había convencido para acompañarla a su clase de yoga, en un intento desesperado (e inútil, por otro lado) de convertirme a la vida sana.
Mientras trataba de concentrarme en la postura del saltamontes, desafiando a la ley de la gravedad con mis piernas por encima de mi hombro, me preguntaba cómo podía haber sido tan tonta.
No sólo porque me había dejado engañar para ir a yoga, sino también por toda la historia con Héctor. Estaba claro que estaba casado.
-Está claro, ¿verdad?, le dije desde mi colchoneta azul a Ainhoa, esperando una mentira piadosa.
-Hombre…quizá…Sí, Lía, sí, está claro, dijo sacando la cabeza por debajo de sus piernas.
Lo que estaba claro es que yo me había confundido de amiga, tenía que haber quedado con Laura que, al menos, sabía mentir.
Recibida la bofetada, acepté la humillación. Sabía que Ainhoa tenía razón. No sé en qué estaba pensando. Desde el primer momento estaba claro lo que él quería: sexo. Y como no pudo ser (yo tengo que estar muy borracha para hacerlo en la primera cita) pues a otra cosa saltamontes.
Tener sexo con una persona que apenas conoces está bien, siempre y cuando se juegue en la misma liga. Cuando uno sólo quiere sexo y el otro quiere algo más, te sientes igual de ridículo y expuesto que España en Eurovisión. Sólo que esto no un festival y, por suerte, Massiel no es tu mejor resultado.
El yoga me sirvió para olvidarme de mi dolor psíquico y concentrarme en el físico. Estaba casi repuesta, excepto por un pequeño detalle: me dolía todo el cuerpo, incluso el pelo. Algo normal si tenemos en cuenta que después de la postura del saltamontes, vino la de la liebre, la de la gacela y todo el Arca de Noé.
Tratando de no parecer el jorobado de Notre Dame me arrastré a La Mucca de Prado para tomar algo con Ainhoa. La Mucca siempre me hace sentir bien. Es un sitio en el que estás como en casa, esa mezcla de madera cálida y vigas de hierro que parecen los cimientos de la ciudad.
Dentro, con un par de copas de vino en la barra, Ainhoa me dio un regalo.
-¿No será un bono de diez sesiones de yoga?, ya te he dicho que no pienso volver a acompañarte. Aún tengo pesadillas con la imagen de tu culo a la altura de los hombros, le dije sonriendo.
-Muy graciosa, tú, ábrelo.
Desenvolví con cautela el paquete (no fuera a ser una peli del pequeño saltamontes o peor aún, el saltamontes mismo. Lo descarté de inmediato. El paquete no saltaba).
Y ahí estaba. El libro más revelador que jamás me han regalado:
“Qué piensan los hombres más allá del sexo” del profesor Sheridan Simove (Ed. El Maquinista)
-Ahá, pero ¿piensan algo más allá del sexo?, le dijo mi yo más cínico a Ainhoa
-Léelo y luego me cuentas.
Abrí el libro para ojearlo. Es una manía que tengo. Siempre que me compro o me regalan un libro, me leo los dos primeros párrafos. La primera página estaba en blanco. La segunda también. Y la tercera, y la cuarta, y la quinta…¡todo el libro estaba en blanco!
Ainhoa y yo nos empezamos a reír al unísono.
-Lía, no dramatices. No siempre eres tú la que pierdes. ¿Te acuerdas de ese empresario sesentero que conociste en el trabajo?
-¿Crees que salí ganando yo? ¡Venga ya! Además aquello no fue para ganar o perder. Fue para olvidar.
Ainhoa se refería a un empresario casado de sesenta y muchos años. Por motivos laborales, quedamos una noche a cenar. Yo trataba de conseguir toda la información sobre el estado de su empresa y él sobre mi estado civil. Tres horas de diálogo esquivo después, aún me resistía a creer que quisiera acostarse conmigo. Me convencí cuando, acabado el postre, insistió en acompañarme a casa. Mientras yo hacía equilibrios entre la parte de mi cerebro que le quería dar una patada y la diplomática, trató de besarme.
Por suerte, la alarma antibabosos saltó de inmediato y conseguí esquivarle en el último momento.
-No siempre se gana; Lía, y no pasa nada. El mundo está lleno de hombres.
Y tenía razón. Miré de frente, el camarero hacia malabarismos con una botella de vozka.
-Por favor, dos copas de vino más y una sonrisa, le dije.
Y me sonrió.
Ainhoa y yo volvimos a reír. Alzamos las copas y brindamos por la vida. Porque, pase lo que pase con el sexo, los hombres y los saltamontes, siempre tendremos los buenos momentos con las amigas.
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