Amigo, Mariano, anda tu España revolucionada, asqueada, amargada, irritada. Vaya, sin ilusión, después de tu hierática comparecencia en el Congreso para anunciar “el hachazo”. Quise verte en directo a través de mi monitor espacial. Eres un individuo extraño, frío por fuera pero seguramente caliente por dentro. En fin, como los Mario (Monti y Draghi), pero en plan aldeano desconfiado y con bastante menos cacumen que esos finos e intelectuales repolludos italianos.
Desgranaste las acciones de tijera, las “recomendaciones”, como tú las calificaste, con el mismo tono monocorde que hubieras empleado para cantar ante tu preparador un tema de la oposición a registrador en tus años mozos. Números y más números aprendidos de memoria y dictados no por tu cabeza, sino por la de “tus buenos amigos” europeos, esos que te han prestado 100.000 millones de euros, según tú y tu ministro de Economía, sin condicionalidades macroeconómicas. Has tratado a tus paisanos de ignorantes e inocentes como esos que suscribieron acciones preferentes sin entender nada, que se creen lo que declara el primer espada nacional.
Ayer por la tarde quise escribirte para darte ánimos, pero la desidia y alguna pequeña tarea de intendencia en la nave me llevo a aplazarlo para hoy. Y no creas, lo hago a desgana, por solidaridad humana más que otra cosa, porque apenas me puedo identificar con lo que has anunciado. Además, debe de ser horrible, como político o como persona, que un individuo se vea obligado a hacer algo de lo que discrepa: subida de impuestos indirectos, revisión del subsidio de desempleo, pensiones, etc. Justo lo contrario que afirmabas en campaña electoral. Ahora, de tus principios no te queda nada. Igual que le sucedió al anterior inquilino monclovita y no hace falta recordarte cómo terminó.
Imagino que la tarde y la noche debieron ser de aúpa. Más que sedantes te hubiese recomendado -y todavía lo hago- la lectura de dos novelas frescas para tu distracción: Diario de un cuerpo, de Daniel Pennac (para tu miedo crónico es formidable) y El abuelo que saltó por la ventana y se largó, de Jonas Jonasson (por si quieres huir y reírte de todo y de todos). No descarto que de madrugada tuvieras horribles pesadillas viéndote en el féretro, con tu rostro tan serio y tu traje oscuro, llorándote Soraya, Cristóbal, Luis, Margallo…En un aparte, el notario del Reino, Alberto, con un fingido rictus de dolor pero dando rienda suelta a la fantasía sobre sus inconfesables ambiciones políticas. Y en la otra habitación los doctores Schaüble, Draghi, Lagarde y Rehn, con sus pulcras batas blancas culpabilizándose entre sí por haberse excedido en el tratamiento de shock con el enfermo. “No es culpa vuestra si se os ha ido, sino de esos manirrotos españoles”, se oye decir a Angela, vestida de pastora protestante y un collarcito como único detalle coqueto.
Menos mal que no estás solo en el piso de arriba del Palacio, allí se encuentran Viri y los chicos, que te dan cuenta de la marcha del Tour o del movimiento de fichajes en la Liga. Abajo, bien sabes mucho mejor que yo, percibes el aire gélido, las palmadas falsas de Luis, tan analista y seguro de sí mismo, tan engolado, tan “poliglote”. Sus gestos de fino cirujano: quita aquí, corta allá. ¿Te acuerdas cuando hablaba ante los reporteros que nuestra prima de riesgo se relajaría una vez pasaran las elecciones griegas? El pobre Cristóbal te debió infundir conmiseración cuando algún cruel diputado rojeras como Cayo Lara parafraseó públicamente lo que él manifestó cuando tu nefasto antecesor subió el IVA. Debió de entrar en depresión y para mí que huele ya ha muerto. ¡Mucho más que yo, que dejé la vida terrenal para dedicarme al deleite del espíritu! Claro que puestos a hablar de cadáveres el rostro te lo veo cada vez más cetrino a ti, el aplastante triunfador de las pasadas elecciones. Qué viejo queda ya todo eso pese a que sólo han transcurrido seis meses y medio, ¿verdad?
Imagino que tus más fieles leales, empezando por la pequeña Soraya, te cerraron el ordenador, te prohibieron ver, leer o escuchar las reacciones a tu discurso monocorde, que, seguramente, ni siquiera tú lo escribiste. Intuyo que parte lo redactarían los de la Representación en Bruselas: todo lo concerniente a la última cumbre europea; los párrafos sesudos vendrían de la pluma de tu asesor económico, Álvaro Nadal. Pero lo mollar, lo sustancial, estaba redactado en inglés eurocrático en el que han intervenido Lagarde, Schaüble, Van Rompuy y Rehn. Te debieron llegar las “recomendaciones” en formato PDF. Ingenuamente, Cristóbal y tú mismo debisteis creer que podíais quitar esto o poner aquello. No, por Dios, eso no se puede tocar, presidente, te debió de responder el relamido de Luis, aunque, inmediatamente, agregó que las condiciones “son muy ventajosas”, para levantar tu ánimo más que nada. Lo debías de tener, sospecho, tan hundido como la noche aquella de marzo de 2004 cuando desde el balcón de Génova te abrazó Viri tras perder en las urnas en lo que iba a significar el inicio e uno de los periodos más negros de la política española. Pensaste en dejar la política, tan ingrata, tan injusta. Ahora no puedes, porque estás atado con grilletes en el puesto de comandante del avión en un vuelo que ojalá conduzca a buen puerto, pero me temo que no sepas cuál es la hoja de ruta y que tus tentaciones son como las de la noche de esa derrota amarga.
Mientras seguía tu discurso en el monitor enclaustrado en mi cubículo orbital, sentí lástima y hasta vergüenza escuchar de tu boca que “hago cosas que no me gustan” y que “no hay otra alternativa”. Vaya, hombre, resulta entonces que has perdido tu libertad personal y política. Es decir, que lo que recitaste ante los vociferantes diputados como un lorito al igual que hacías en tus años de opositor eran unos papeles que no eran tuyos, que no los habías escrito tú y con los que no te identificabas. ¿Estás cautivo, secuestrado, entonces? ¿Y el resto de tus compatriotas? ¿Has delegado tu independencia en otras manos? Si así es, ¿quién eres tú? ¿qué buscas más allá de cuadrar unas cuentas que te exigen o eximirte de culpas? Siempre responsabilizas a los demás, querido, un digno caso de adolescente freudiano.
Fue entonces al observar tus gestos, tu tono, tus palabras monocordes, cuando evoqué en la memoria ese prejuicio que siempre he tenido hacia ti. Tú, Mariano, eres un buen número dos, a diferencia de tu antecesor que se movía como si viviera todavía en los tiempos universitarios de tabardo y pelo largo. Fuiste leal a tu señor e hiciste un stage ministerial que pocos otros pueden exhibir. Pero tú, amigo, eres lo que los italianos llaman “un portaborse”, es decir, un ayudante que lleva la cartera al jefe, un buen y listo ayudante a quien el superior encarga instrucciones en la confianza de que las pondrá en práctica. Y así ha sido. Tú te hiciste una gira por departamentos muy complicados como Interior o Educación y todos pensamos que los años duros de líder de la oposición te habían hecho madurar y servido para consagrarte como un político de ideas, competente y no sólo un fiel discípulo de lo que dicen los de arriba. Fíjate, Mariano, desde que llegaste al poder sólo has utilizado la tijera, pero nadie, o yo al menos, conoce si tienes alguna estrategia, algún plan para reactivar la economía y apostar por determinados sectores. A lo mejor lo tienes pero no te sientes seguro en explicarlo. Creo que debes dejar de hablar como si fueras un simple analista de coyuntura, un gestor de cuentas, un administrador de fincas. ¿Qué quieres para España más allá de cumplir los objetivos de déficit?
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