OFREZCO al lector algunas anotaciones de un hombre al que conocí en un tugurio de Tarifa hace unos meses. Ese hombre, cuyo actual paradero desconozco, me entregó una delgada y raquítica libreta en el transcurso de una francachela con aceitosos surfistas. Desconozco la razón por la que decidió hacerme ese obsequio. Ambos estábamos bebidos y él intentaba mordisquearme el lóbulo de una oreja. Yo le regalé un mechero del Atlético de Madrid con el fin de tranquilizarle. Creo que lo conseguí. Al día siguiente, mientras desayunaba unos boquerones frente al mar, leí lo siguiente en la libreta:
1
No soy un asesino ni tengo intención de serlo, pero he dedicado gran parte de mi vida a imaginar asesinatos. Siempre que leo en la prensa la noticia de un crimen, siento un deseo irrefrenable de comer pato a la cantonesa. La carne de pato me ayuda a tener pensamientos elevados. Soy un hombre detallista, pero nadie lo sabe. Maldita sea.
2
Wisconsin es mi mejor amiga. Wisconsin es una gata fofa que suele masturbarse contra uno de mis muslos. Me considero un hombre generoso y cariñoso con los niños que tienen problemas de sobrepeso, pero reconozco que soy un hombre que pierde enseguida la paciencia en cuanto una persona muestra desconfianza hacia mis efusiones de ternura y solidaridad. Odio mis muslos. Odio mi olor de soltero sodomita. Mi nariz podría aparecer en una tragedia griega y arrancar numerosos aplausos del público. Es una corazonada que tengo.
3
Mi padre quiso ser matador de toros cuando era joven. Fracasó y se convirtió en policía municipal y dejó preñada a nuestra madre antes de que nuestra madre perdiera la vista. Somos una familia unida. Comemos juntos los domingos y después dormimos la siesta a la misma hora. Tengo cuarenta años y me gusta rezar el rosario antes de dormir. He sido violado varias veces por hombres tristes y musculosos. No pude perdonarlos a todos. Lo siento. Me gustan los peces de colores y los delfines que se arquean contra las ruinas del horizonte. Sólo quiero hacer una cosa antes de morirme: preparar unos huevos revueltos a Su Santidad El Papa.
4
Una mañana de diciembre conocí a una paloma que deseaba posarse en mi nariz. Le dije: Palomita, pósate en mi mano. La paloma no me hizo caso y eso me enfadó. Entonces cogí una piedra y se la tiré, pero la piedra se estrelló contra la cabeza de mi hermano y mi hermano perdió bastante sangre, pero no pareció importarle. Como es tonto, no se dio cuenta de que se quedó más idiota.
5
Amo mis manos. Mis manos pasan mucho tiempo mesando el cabello de mi hermano subnormal. Me disgusta la gente que odia las galletas. Yo no como galletas pero me agrada ver cómo los niños comen galletas antes de pegarse. No sé por qué. Pero si no veo a un niño pegarse con otro niño me siento solo y amargado.
6
Mi padre es un genio, pero los vecinos le odian. ¿Qué os parece la humanidad? A mí me parece que es una cosa demasiado grande para meterla en la cama. A veces me gustaría ser una cama. Una cama grande donde pudieran dormir decenas de hombres con poco pelo. ¿Creo en el alma? Supongo que sí. Dorian Gray, una criatura de ficción inventada por un irlandés, podía ver su alma representada en un cuadro. Gray, siempre joven, acabó rezando durante los últimos instantes de su vida para que su alma recuperase un aspecto menos demoníaco. La plegaria fue escuchada, pero debió pagar un terrible precio: morir feo. Yo moriré feo.
7
Ayer soñé con una mañana primaveral y soñé que durante esa mañana un camello caía en la plaza mayor de la ciudad desde las nubes. El animal volaba más de un minuto por los aires hasta que reventaba contra las losas del suelo en una explosión de músculos y vísceras. Una niña de nariz respingona se paseaba por entre los restos del animal y se acuclillaba ante la cabeza del camello y la tocaba primero con aprensión y después con avidez. Decenas de curiosos salían de sus casas, rodeaban a la niña y contemplaban con horror aquel museo de sanguinolentos despojos. Alguien profería un chillido de repente (suele chillarse cuando un animal cae del cielo), pues uno de los pedazos de los camellos se movía como si tuviera vida propia. Soñé que yo era la niña que acariciaba los restos de camello y también soñé que yo pilotaba un avión desde el cual se arrojaban camellos sobre distintas capitales del mundo. Por cierto, el mundo es demasiado grande para mí. No sé si tendré tiempo para recorrerlo entero.
“Iturrino”, de Juan de Echevarría.
8
Wisconsin tiene hepatitis, pero no se queja. Es una gata que sería beatificada por la Iglesia si la Iglesia beatificase a los animales. Mi madre está ciega, pero camina por la casa como si viera perfectamente. Ella y la casa parecen una misma cosa.
9
Todos los días se producen milagros. Lo decía una amiga mía cuyo abuelo fue detenido por morder las aréolas a varias mujeres a las puertas de una iglesia calvinista. Todo puede pasar. Los muertos pueden despertarse en sus tumbas y arañar la tapa de sus ataúdes. Un día leí que un hincha inglés de fútbol fue enterrado vivo en un solar por un grupo de aficionados de otro equipo. Nevaba y nevaba. Me hizo mucha gracia imaginar la cara que puso el hincha cuando fue sepultado. Cuando lo desenterraron, un policía le pellizcó una mejilla y le animó a que se levantara. Seguía nevando y los perros de la ciudad estaban callados. Buenos chicos. El hincha no pudo recuperarse y el policía no entendió nada. Es increíble, pero es cierto. Por cierto, recuerdo que una vez quise ser alpinista. Al final descarté esa vida. Un alpinista es una persona que escala montañas para estar lejos del miserable género humano, al cual, sin embargo, pide auxilio cuando se extravía o está a punto de morir por congelación o inanición en una cumbre.
10
Me asusta la gente y me asusta mi propia cara cuando me masturbo delante de un espejo. Dios se masturbó hace mucho tiempo. Por eso el mundo tiene los colores que tiene. Por eso mis manos acarician a mi gata Wisconsin. Amo a mis semejantes, pero creo que merecen una lección. Os contaré cómo una vez le comí una oreja a mi padre. Creo que fue exactamente así…
La libreta contiene más apuntes, pero su extremada escabrosidad y su ingenio demente y mórbido me obligan a descartar su publicación en este blog. El autor de La cerveza y la furia no desea inducir a nadie a cometer actos delictivos de ningún tipo ni a promover la necedad ni la locura entre los internautas, si bien tampoco aspira a restablecer la moralidad en el mundo, empresa arriesgada y temeraria que suele propiciar una multiplicación de granujas. Si el lector llega a la conclusión errónea de que el hombre de esas notas soy yo, le sugiero cortésmente que deseche tamaña idea.
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