Un festejo que acabó de noche y con un toro muerto a tiros
El diestro Valencia II pretendió huir de la plaza y terminó en la cárcel
A finales de agosto, concretamente el 30 de dicho mes pero de hace 77 años, se celebró en Astorga una corrida de toros que bien puede calificarse de histórica; pero no por su resultado artístico, sino por los muchas y graves incidentes que tuvieron lugar antes y durante el festejo.
Ya por la mañana, el diestro Valencia II anticipó que,por razones de salud, seguramente no iba a poder torear, si bien al parecer las razones que le llevaron a tratar de inhibirse estaban relacionadas con la más que respetable presencia de alguna las reses que esperaban en los corrales. Pero Armillita, el otro espada del festejo, sabiendo que de ser así le iba a corresponder matar en solitario la corrida, denunció a su compañero al Jefe de Seguridad, señor Izquierdo, quien hizo las gestiones necesarias para que no se modificara el cartel.
Todo fue bien hasta que, tras saltar a la arena el quinto toro, el mayor de la corrida,su matador, el citado Valencia II, no apareció por parte alguna. Se le localizó cuando intentaba huir en su automóvil, por lo que fue detenido por los agentes de la autoridad y conducido de nuevo a la plaza desde donde, al insistir en no torear,hubo de ser llevado a prisión.
A todo esto el toro seguía en el ruedo y se le propuso a Armillita que saliera a estoquearlo, a lo que el diestro se negó si no le abonaban 1.500 pesetas más de lo convenido en contrato. La empresa le contraofertó 500 y el insólito regateo se zanjó con la promesa de pagarle 750. Pero la situación se agravó al salir por los chiqueros el sexto galán de la tarde, al que Armillita también le hizo ascos mientras que uno de los banderilleros de su cuadrilla le clavaba alevosamente un estoque en el costillar. En medio de la indignación del público y la pasividad de los lidiadores se hizo de noche y hubo que suspender la corrida, bajando al ruedo dos guardias que la emprendieron a tiros con el astadoy dieron así por terminada la fiesta.
La crónica de la época, sobre cuya pista nos puso una vez más el estudioso Ricardo Ferradal, no añade nada, aunque es de suponer que los señalados incidentes tendrían consecuencias posteriores. Hoy todas estas situaciones serían impensables. Pero en 1931 las cosas eran, sin duda, distintas. perelétegui
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