Un buen plano
28 de Abril de 2009 | Begoña Gómez
A las modelos no se les da bien lo de convertirse en actrices. Desde Lauren Bacall, casi ninguna ha salido airosa. Quizá por eso a Carla Bruni se le ven las hechuras. A ratos ve una cámara y se le escapa la mirada; todavía no ha aprendido a poner la cara de absoluta inanidad que perfeccionan las monarquías. Claro que el Rey, si tenía ese don, lo ha perdido. De un tiempo a esta parte, da la impresión de haberse quitado la faja facial y en los actos protocolarios reparte juego a los fotógrafos: ahora se le ve aburrido, ahora suelto, ahora mortalmente aburrido. En el fondo, como los bebés, sabe que la prensa española le jalea en cuanto se sale del tiesto.
La princesa Letizia, todavía en prácticas, se despidió de la expresión facial a lo grande. Con aquel gesto que se le escapó en un acto castizo y garbancero de los que le prepararon durante su noviazgo y en el que la fotografiaron pícara, mordiéndose la lengua. Desde entonces, ha hecho todo lo posible por convertirse en holograma.
A los recién llegados a la obligación de la fotografía diaria se les suele notar. La nueva ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, por ejemplo, se resiste a asumir un mal plano.
Y los hay que, tras toda una vida con las cámaras detrás, empiezan a desarrollar con ellas una relación malsana. Si no, no se explica por qué Aznar ha decidido convertirse en un cuadro de Francis Bacon. El retrato con perro -¿para cuándo el ecuestre?- que se ha publicado de él este fin de semana da testimonio de su nueva y total filiación con el expresionismo.
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