El príncipe monetario Mari Draghi, el hombre más poderoso de Europa porque solo él, al frente del Banco Central Europeo, tiene el poder de crear y destruir dinero, puso ayer en marcha la máquina de imprimir billetes en forma de QE (Quatitative Easing) para gastarse todos los meses 60.000 millones de euros con el objetivo de relanzar la doliente economía europea, agobiada, entre otras cosas, por un océano de deuda pública y privada. Draghi se ha resistido hasta el final a aplicar la receta utilizada, con resultado desigual por los Estados Unidos y Japón, porque mientras que la economía americana muestra más que una cierta pujanza, la del país del sol naciente –a pesar de los chutes monetarios- sigue sin levantar cabeza. El príncipe Draghi aguantó ante el clamor de casi todos los líderes europeos, desde Hollande a Renzi, sin olvidar a Mariano Rajoy y otros conspicuos más o menos liberales solo de etiqueta. Frente a todos ellos, la ortodoxia y severidad alemana de Ángela Merkel y su cancerbero Schäuble, defensores de la tesis luterana-septentrional de que las deudas hay que pagarlas, frente a la meridional-católica –Francia incluida- con más tradición de perdón.
El dinero que crean Draghi y el BCE ha empezado a caer sobre los países de la Unión Monetaria –a España le corresponden 7.500 millones al mes- desde ese helicóptero-informático que maneja bits en lugar de billetes pero que también son dinero, aunque no una subvención, ni tampoco una dádiva y, además, habrá que pagarlo. Nadie sabe si tendrá éxito e impulsará unas economías cuyos problemas quizá no sean tanto de dinero sino de sus propias estructuras. Los experimentos americano y japonés, con resultados contrapuestos, quizá lo confirmen y a pesar de todo, las economías europeas se parecen más a la japonesa que a la estadounidense.
Los mercados, como estaba previsto, han reaccionado con alegría. Las bolsas suben, las primas de riesgo caen y los tipos de interés se dedican a la espeleología. Incluso la doliente Grecia de Tsipras y Syriza, que ya saben que no cumplirán sus promesas y traicionarán su programa, disfruta de un respiro, más espejismo que otra cosa, pero respiro al fin y al cabo, mientras Alemania prepara su propio futuro, porque los árboles de la QE del príncipe Draghi, quizá no dejan lo que de verdad ocurre en el bosque del euro. En la antigua Troika, y también en otros foros, han detectado que en los dominios de la señora Merkel, donde siempre hay planes a largo plazo, vuelven a desempolvarse o a elaborarse otras nuevas para una vida fuera del euro, en el “nuevo marco” germano, que incluiría Austria y el Benelux. Objetivo, quizá 2018-2020. Francia, de quien Alemania, empieza a cansarse, quedaría fuera. Lo ha sugerido Bruno Colmant, ex presidente de la Bolsa de Bruselas. No es la primera vez y quizá por eso, porque también gana tiempo, Merkel y Schäuble han concedido más tiempo a Grecia, aunque están convencidos de que no cumplirán. Es, tal vez, su última concesión, la última oportunidad del euro. La tocata de Draghi y la semifuga, por ahora, de Merkel.
(Una versión de este artículo se ha publicado en el Periódico de Catalunya)
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