Los europeos, y también los norteamericanos, sufrimos la crisis que nos atenaza como si fuera un partido de tenis. Jugamos con dos sets abajo tras las hipotecas basura, el estallido de la burbuja inmobiliaria, el derrumbe heleno y el tambaleo de la deuda soberana y no logramos remontar de momento en el tercero. Nuestra mirada está turbia, nuestros músculos y piernas están agarrotados, la cabeza, aturdida y sin ideas, sentimos el griterío vociferante de la grada, percibimos que nuestro entrenador no sabe qué hacer y observamos al rival –la perversidad del sistema, la voracidad del mercado-, que responde sin grandes esfuerzos a todas nuestras bolas. Hacemos algún punto, nos animamos, conseguimos un break, pero inmediatamente nos rompe el servicio.
Todos sin excepción, incluida la adusta quiosquera del pueblo más próximo a mi residencia hasta que decidí largarme al cosmos, leemos las páginas económicas de los diarios, escuchamos a los tertulianos en la televisión y en la radio, nos sentimos hundidos frente a tamaño caudal de malas noticias. Sospechamos que hay unos cuantos pícaros que se están enriqueciendo a base de especular en los mercados bursátiles, culpamos a los líderes políticos por su inacción, a los banqueros por su egoísmo y comenzamos a acusar a los países más ricos por su insolidaridad con los pobres. Mal panorama.
De esta crisis, a mi modesto entender mucho más grave e incierta que el crack bursátil de 1929, o salimos reinventando el capitalismo, como afirmaba grandilocuente el presidente francés Sarkozy en 2008, construyendo una Unión Europea más sólida y unida en lo político, económico y financiero o comienza el pánico y el sálvese quien pueda con el enorme peligro que eso comporta para la estabilidad mundial.
Malditos alemanes, gritamos volcando nuestra ira en la canciller Merkel. Entendemos un poquito a los griegos, a los que, sin embargo, asfixiamos con paquetes de rescate envenenados e insoportables. Grecia va a vivir con crecimiento negativo durante un buen puñado de años. Sin embargo, no olvidamos que la crisis financiera europea la provocó el grosero maquillaje de las cuentas públicas del anterior gobierno, conservador, de Atenas. Como tampoco desdeñamos el caos y el despilfarro de una estructura pública gigantesca e insostenible. No pocos políticos y economistas, sobre todo los germanos, lamentan que el lanzamiento del euro representó una especie de “café para todos”, cuando había economías que no estaban preparadas para funcionar dentro de la moneda única.
Los españolitos sacamos pecho porque nos hemos alejado de los italianos en la clasificación de países de riesgo. Flaco consuelo, porque si caen ellos, al medio minuto caemos nosotros y cae el euro. ¿Y si caen los griegos? Ahí hay división de opiniones. Hay quienes sostienen que una quiebra “ordenada” helena la soportaría la divisa europea, pero otros consideran que una suspensión de pagos es una suspensión de pagos y el bocado que puede significar para los bancos alemanes y franceses, principalmente, será más profundo de lo que estiman los expertos.
Los ciudadanos nos levantamos con la depresión y la sospecha de que los gobiernos ocultan muchos más entresijos de la grave crisis. Y todavía más la propia banca. Vaya, señores, que no es un tumor focalizado ni ya nadie se atreve a fijar fecha para la recuperación. Se extiende entonces el rumor de que hay metástasis. Los mercados huelen sangre y titubeo y castigan sin piedad las deudas soberanas. Los expertos estadounidenses avanzan que la recesión está ya de nuevo tocando las puertas de Europa y esta vez será peor porque las naciones están mas endeudadas e inmersas en estrictos programas de ajuste fiscal. La colocan en el horizonte de las próximas Navidades o inicios del año que viene. ¡Qué maravilla! El presidente de la Reserva Federal de EEUU, Bernanke, admitía también que hay indicios notables de que la economía americana se gripe también.
Manejamos al dedillo conceptos como deuda soberana, prima de riesgo, bono alemán, eurobonos, PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), los distraídos cerditos periféricos, BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), los países emergentes y nuevos ricos…Los más enterados hablan de “default”, de “twist”, de fondo europeo de rescate o de hipocondría de los mercados. Tal vez nuestros líderes tengan que psicoanalizarse para recuperar su identidad y admitir su impotencia política e intelectual. Siempre asemejo el escenario de la crisis al de la secuencia de la película Alguien voló sobre el nido del cucú cuando el grupo de enfermos mentales toma las riendas del barco mientras Nicholson retoza en la cabina con su amiga. Al no haber líderes claros no puede haber rumbo firme.
Nos intercambiamos datos y nombres como si fueran cromos de futbolistas o estrellas mundiales. Te cambio lo que ha dicho el ministro de Economía alemán Schauble sobre la quiebra griega por las palabras de su homólogo italiano, el soberbio e inteligente Tremonti, contra Berlusconi. Te doy un presidente de la Reserva Federal, Bernanke, por una directora gerente del FMI, Lagarde. Algunos, tímidamente, nos ofrecen un Rubalcaba por un Rajoy, o una Salgado, la dama de las camelias de la economía nacional, por un tándem Montoro-De Guindos. No, esos los tenemos repes. No valen mucho, contestan a quienes se los ofrecemos. Si se los enseñamos a un colega extranjero se ríe y confiesa que casi, casi prefiere encontrar el del obeso ministro de Finanzas griego, Venizelos. Al parecer, quienes lo tienen lo ofrecen con el video de su dramática intervención en el Parlamento ateniense inmolándose ante las exigencias de Bruselas, FMI y el Banco Central Europeo.
Pedimos una suspensión del partido por calambres toda vez que los parqués europeos continúan en su imparable descenso. Escuchamos entonces las voces de quienes aún tienen un mínimo de esperanza de que “esto” no se vaya a derrumbar cual castillo de naipes. Sin embargo, los líderes de la UE parecen a veces no comprender que hay que actuar y aplicar lo que acuerdan en sus cumbres y ecofines: aprueben ya el siguiente tramo de ayuda a Grecia, den luz verde al fondo de rescate, a ser posible aumentando su cuantía, autoricen la creación de los eurobonos y definitivamente comprométanse a armonizar la política económica y monetaria de la Unión. No queremos más declaraciones de buenas intenciones.
Cuando todo acabe, y ojalá acabe lo mejor posible, la crisis dará pie a guiones cinematográficos o a trepidantes novelas negras, que arranquen con la huida de los líderes de la UE del Palacio de Berlaymont ante el riesgo serio de que pueda caer sobre sus cabezas chatarra del satélite incontrolado de la NASA o bien con el presidente chino Hu Jintao urdiendo un plan para ir eliminando físicamente a todos sus homólogos del G 20 durante los recesos de la próxima cumbre en Cannes.
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