CON el aterrizaje de un nuevo gobierno en la Moncloa también llega para muchos la hora de cambiarse de chaqueta política y de adular con sutileza a los amos entrantes. España es un país prolífico en chaqueteros. He ahí unos de sus encantos sociológicos y mundanos. Tenemos chaqueteros para dar y tomar. Marchando un chaquetero bien peinado y perfectamente gentil. Ahora verán. No pierdan detalle. Los hay que se cambiarán de chaqueta con experta sutileza y los hay que se travestirán políticamente con bastante estruendo y precipitación. Está por escribir un buen manual del perfecto veleta.
Jamás he rehuido la compañía ni la amistad de alguien que se acerca al sol que más calienta y alumbra. Allá cada cual con sus estrategias de supervivencia y de ascenso áulico. La integridad plena y absoluta es un deporte que solo puede practicar con regularidad la gente que no tiene nada que perder o que posee varios ases ocultos en la manga. En este sentido, no hay mayor embustero que el individuo que asegura no haber dorado jamás la píldora a alguien para obtener a cambio un beneficio (material o espiritual). Por eso hay tantos embusteros sueltos por este y otros reinos.
En los últimos días he leído en periódicos y revistas alabanzas huecas y vacías a Mariano Rajoy, alabanzas redactadas y dictadas por personas que, en un tiempo no muy lejano, pusieron a caer de un burro al que será dentro de unos días presidente del Gobierno y nuevo y flamante responsable del hundimiento económico de la patria. No hace falta añadir que un cambio tan radical de enfoque y de contenido en la evaluación de un personaje no parece obedecer a una repentina iluminación o a una abrupta pero legítima conversión ideológica del escribidor, sino más bien al inconfundible atavismo humano de querer andar en buenas relaciones con los mandarines de moda. Por si cae algo del árbol o de la caja. O para que no le quiten a uno lo que ya ha conquistado (o sustraído) con los de la otra pandilla. No obstante, hay que desear suerte a los chaqueteros y a sus acólitos: el futuro y el bienestar de muchas familias y de muchas empresas dependen de las habilidades aduladoras de quienes las sostienen y dirigen, respectivamente.
También convendría advertir a los entrañables veletas y mutantes de la nación que el hombre con poder e inteligencia solo entrega a los aduladores la calderilla y las migajas del tesoro, si es que queda algo después de haber pagado la cuota de soborno a los rivales y a los opositores. ¿Será Rajoy una excepción a esa regla? Un íntimo amigo pintor me confesaba la noche pasada: “Admito que yo fui muy pelota en algunos momentos de mi vida, pero lo fui de un modo poco sagaz y convincente, por lo que no me sirvió de nada, excepto para inspirar hilaridad y desprecio. De ahí que un día tomara la decisión de unirme al club de los diáfanos e independientes, que son los nombres solemnes y engolados que se adjudican a los pringaos y a los torpes. A decir verdad, no se vive tan mal en ese club. Te toman por idiota, pero el nadie te pide poner el ojete”.
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