SOBRE Marcos Giralt Torrente ha recaído la ilustre condena de ejecutar historias que instauran e inauguran nuevos laberintos en los apartados más íntimos (e ininteligibles) de la vida. La literatura que brinda pasillos anchos y rectilíneos no me interesa: es estruendoso periodismo sentimental para homínidos soliviantados. Giralt, meticuloso arquitecto de recuerdos, es sobre todo un escritor capaz de destrozar la membrana de su pudor y de ofrecer los pedazos de su memoria (un pandemónium de múltiples existencias) sobre la bandeja de un estilo que ensaya certeramente la elegía familiar en clave de ficción psicológica (París, Los seres felices o Tiempo de vida, Anagrama).
Acabo de leer su último libro de relatos, El final del amor (Páginas de Espuma), y mi instinto me dicta una primera impresión: Es un libro sabio porque logra la gracia de ser evocador y enigmático sin recurrir a las toscas herramientas de la grandilocuencia, recurso que suele enmascarar la ignorancia o el balbuceo. El libro tampoco incurre en el pecado de la narrativa afincada en el archipiélago de lo afectivo. Me refiero al exceso de precisiones y reiteraciones en torno a la volubilidad del yo. Un exceso analítico que acaba confiriendo vacuidad y confusión en vez de imprimir a las anécdotas verosimilitud y consistencia.
¿Qué entiendo por sabiduría literaria? Capacidad para ofrecer una diáfana y sólida interpretación estética de la fatalidad y de lo hipotéticamente incognoscible. Para escribir un libro sabio (otros preferirán emplear el término clásico o canónico) hay que padecer la agotadora enfermedad de la clarividencia, disponer de una biografía dichosamente accidentada (la felicidad solo enseña verdades efímeras) y contemplar y manipular esa biografía como si fuese un producto artístico que precisase de tranquila admiración y de atinado perfeccionamiento. Giralt Torrente es uno de los escritores vivos en lengua española que más y mejor se acerca a ese ideal. Él mismo, creo que inconscientemente, es una encarnación de la literatura que pugna por transfigurar los mezquinos fundamentos de lo cotidiano y lo doméstico.
El final del amor se apropió fácilmente del Premio Internacional Narrativa Breve Ribera de Duero en abril de 2011. De las cuatro narraciones que componen la obra dijo el jurado: “Suscitan emociones y conmociones intensamente misteriosas”. Me aventuraré a mejorar este juicio tan reiterado como escolar: Las cuatro historias plantean misterios afectivos que descubren (o inventan) emociones y sentimientos que las convenciones sociales se empeñan en recluir en clichés tranquilizadores. Nos rodeaban palmeras ofrece los retazos de una desintegración matrimonial en ciernes en el marco de un panorama exótico con la resonancias derrotistas del mejor Paul Bowles; Cautivos ahonda en las necesarias imposturas que sustentan el amor conyugal y discierne las cadenas de ese otro amor más incondicional pero más ambiguo que es el cariño consanguíneo; Joanna es una celebración del amor adolescente, es decir, un aprendizaje del fracaso sentimental que nos recuerda los desvelos de una dorada adolescencia proustiana; Última gota fría describe la peripecia de una familia en ruinas cuyos miembros se aferran, casi siempre instintivamente, a los últimos residuos del amor pasado y aprendido con el fin de preservar su dignidad y su esperanza. Entiendo que todos los relatos hablan de la agonía del amor y del nacimiento (o madurez) de la monstruosa verdad, una verdad que quiebra las armonías vertebradas en costumbres, atavismos y redentoras hipocresías, pero una verdad también purgativa que puede enseñar al ser humano a reexaminar su modo de amar y a suavizar su manera de juzgar las debilidades ajenas. También entiendo que los héroes de Giralt se asemejan a los héroes de Chéjov. “Son personas buenas pero incapaces de hacer el bien”. Así los definía Nabokov. Los personajes de Giralt no desean causar sufrimiento; de hecho sufren bastante y se avergüenzan de sí mismos si reparan en el dolor que provocan e infligen a sus seres queridos; pero no tienen el remedio definitivo para aclarar malentendidos y atemperar discordias y desencuentros, pues, como sostiene un personaje del novelista madrileño, el mundo no se mueve solo por la voluntad, sino también por las pasiones, por los hábitos y por los genes ocultos que inesperadamente entran en acción.
El final del amor ayuda a entrever una de las mayores tragedias humanas: Que todos amamos a nuestra manera, que todos desarrollamos una versión propia de la entrega al otro, por lo que los demás solo tienen algunas imágenes de nuestro amor y de nuestro sacrificio, pero no la esencia de ese amor. Cuando esas imágenes, por muy nobles que sean los sentimientos que las inspiran, son malinterpretadas o menospreciadas, el amor de una de las partes se debilita y empieza su final, o su transformación.
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