El pasado jueves 26 salía del Matadero de Madrid con una graciosa carpetilla de cartón bajo el brazo que contenía el dossier de prensa del lanzamiento de TCM Autor, un canal temático que, a partir del 1 de febrero, emitirá cine de autor en las plataformas de pago asociadas, tales como Canal +, Ono, Imagenio o Euskaltel.
Apuré mi cigarro, atravesé corriendo un paso de cebra y me metí en la boca de metro de Legazpi. En el trayecto, ojeé el contenido de la carpetilla. El canal, propiedad de la compañía Turner Broadcasting System, del grupo Time Warner, comenzaría sus emisiones con un ciclo dedicado al francés Éric Rohmer, otro al catalán José Luis Guerín y, además, pondría todos los domingos un capítulo de The corner y otro de Treme, dos series firmadas por David Simon, creador de The wire.
Leía, pero distraído. Hace años, cuando me pasaba dos horas al día en el metro, tenía una asombrosa capacidad de abstracción que me permitía seguir leyendo a pesar de los estímulos externos: los llantos infantiles, las conversaciones ajenas, la música tecno, el flamenco, la cumbia, el turbofolk y el heavy metal, o la belleza femenina. De un tiempo a esta parte, soy incapaz de concentrarme y eso ha reducido sustancialmente el número de mis lecturas. Mis ojos abandonan las páginas impresas y se ponen a vagar por el vagón.
Y miro con envidia a esos lectores impertérritos a los que nada afecta. Veo miradas perdidas, cruces de miradas y miradas lascivas. Contemplo bellezas inseguras que se contemplan en el oscuro reflejo de los ventanales del vagón cuando el tren atraviesa los túneles, y auténticas beldades que parecen no ser conscientes de su hermosura. Y me entristece mirar a los ancianos y las embarazadas que estoicamente aguantan en pie a que alguien aparte su mirada de un libro o de las piernas de una mujer para que les cedan el asiento. Y acabo, casi siempre, fijando mis ojos en esa televisión que reproduce piezas en bucle, en silencio y subtituladas para sordos. Que informa sobre el tiempo en nuestra Comunidad, las novedades teatrales en el centro de Madrid, la actuación del Estudiantes en la última jornada de la Liga Endesa y esas curiosidades sobre la ciudad que tanto entretienen y tanta conversación amenizan. Todo muy ingenuo, muy inocente, nada del otro jueves.
Sin embargo, ese mismo jueves, milagro, me concentré en una información en apariencia inocente que hablaba del Euro Vegas, el (enésimo) proyecto de creación de un complejo lúdico turístico compuesto por casinos y hoteles a las afueras de Madrid. La información emitida por CanalCam aseguraba, según leía en los subtítulos, que unas trescientas personas habían solicitado empleo en el Ayuntamiento de Alcorcón, una de las localidades que se está barajando para ubicar este complejo. ¿Trescientas? ¿Y por qué han ido a solicitar empleo si todavía no se sabe nada? Parecía una noticia fabricada ad hoc, pero no, eso no podía ser. En las imágenes aparecía un señor con bigote en el Ayuntamiento que aseguraba que los casinos harían mucho bien a la localidad porque crearían empleo. Los subtítulos aprovechaban ese comentario para añadir, así como de soslayo, que se estimaba que la instalación de este macrocomplejo podría generar hasta trescientos mil puestos de trabajo.
¿No es maravilloso? En estos tiempos aciagos en los que batimos récords en tasas de desempleo, la llegada a nuestra Comunidad de un sucedáneo de Boardwalk Empire es una bendición de Dios. ¿Quién podría estar en contra de algo así? ¿Qué son unas leyes y unos cuantos favores contra TRESCIENTOS MIL PUESTOS DE TRABAJO?
Volví a mirar esa carpetilla preciosa, de fondo marrón, que tenía inscrita en la portada nombres de cineastas de culto. Ingmar Bergman, Akira Kurosawa, Michelangelo Antonioni, George Franju, Iván Zulueta. Y pensé: “Estos de TCM no han inventado nada”.
En Madrid ya tenemos una tele de autor. Bueno, de autora.
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