Tea Party castizo y canto utópico
Cosas del destino. Alfredo Pérez Rubalcaba, en este caso sin pretenderlo, va de hito en hito. En apenas un mes, el vicepresidente ya ha presidido en dos ocasiones el Consejo de Ministros.
19/11/10
A LA SEMANA DE ESTRENAR su nuevo cargo, Rubalcaba tuvo que presidir por primera vez el Consejo de Ministros. Zapatero estaba en Bruselas. La segunda, el viernes 12 de noviembre. Aquella mañana, el líder del PSOE corría, con más o menos estilo, junto a David Cameron, primer ministro británico, por el Forest Park de Seúl, en donde se celebraba la reunión del G-20, que fue más un fracaso que otra cosa. Con la foto de Zapatero y Cameron en la Red y camino de las portadas del papel, Rubalcaba, mucho más atleta que Zapatero aunque ya no practica, volvió a sentarse a la cabecera del Consejo de Ministros. Y entonces, aunque nadie quería bromas, algunos ministros y ministras llamaron “presidente”, por formalidad, a Rubalcaba. Midieron las palabras, porque todo se sabe, pero era inevitable y, más allá del protocolo, cuando ya no hay secretos prometidos que guardar, el presidente temporal soltó aquello, de “menos coñas”. La historia, sin embargo, certificará que Rubalcaba, para muchos al principio de la recta final del zapaterismo, presidió dos Consejos de Ministros en menos de un mes.
El nuevo Gobierno tiene encomendada la misión de protagonizar la remontada del PSOE. También puede quedar abrasado. La clientela socialista no acaba de entender lo de Marruecos y el Sáhara. Sobre todo, la que muchos entienden como tibieza del Gobierno, por muy buenas relaciones que haya que tener con Mohamed VI. Trinidad Jiménez no ha tenido un buen estreno como responsable de Exteriores, con su predecesor, Moratinos, por en medio. Los diplomáticos observan, obedecen y también critican. Rubalcaba tiene casi todos los poderes. Sin embargo, ni tan siquiera él puede hacer nada frente a la gran batalla que se libra en los mercados. Han atacado y atacan a Irlanda y también a Portugal. “Spain is different”, sí, como aquel lema comercial-turístico de los sesenta, pero está en el punto de mira de los mercados, de los especuladores y de los menos especuladores. El Instituto Nacional de Estadística (INE), después de que lo adelantara el Banco de España de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, acaba de certificar el estancamiento de la economía española, décima más o décima menos de PIB. Pero lo peor es que España ha destruido 295.000 empleos a tiempo completo en los últimos doce meses. Es la crónica fallida de una recuperación anunciada que no llega.
Zapatero -y quizá Rubalcaba- cree que el PSOE puede volver a ganar las elecciones incluso con crisis económica. Hay precedente. Felipe González lo consiguió en 1993, por poco, y al final de la crisis de los noventa. El presidente sueña con alejar del centro de la atención los asuntos económicos. Ahora no es tan fácil. Sobre todo si los mercados aprietan. Los tipos de interés pueden volver a subir. En el Banco Central Europeo de Trichet ya no lo descartan. Sería la puntilla para muchas empresas y habría más paro. Zapatero prometió reformas. Las anunció a bombo y platillo y se tragó una huelga general, impulsada por Méndez y Toxo, pero le cuesta ponerlas en marcha. Elena Salgado, la vice económica, es una sombra de sí misma. Las pensiones ya son la clave de casi todo. La reforma es imprescindible y urgente. El nuevo ministro, Valeriano Gómez, la promete para la primavera. Quizá sea tarde. Entonces hay elecciones municipales y autonómicas y eso no facilita las cosas. Los retrasos, en los mercados, se interpretan como falta de voluntad reformadora. Sarkozy en Francia ya pasó lo suyo, pero siguió adelante y ha reformado las pensiones. Va por delante. El Reino Unido de Cameron tiene más déficit y más deuda que España, pero los mercados le respetan. Las recetas del compañero de footing de Zapatero no son válidas para España, pero eso no impiden que no hagan falta otras.
Otra vez, casi como una maldición histórica, hay dos Españas. Mejor dicho, se perciben dos Españas más allá de las fronteras nacionales. La España más dinámica y eficiente, la de Telefónica, Santander, BBVA, Repsol, Iberdrola, Endesa e incluso la de algunas grandes constructoras, que ya son compañías de servicios, y la otra. No la otra España de Mocedades, sino la real, la oficial, la de los 4,5 millones de parados, de las comunidades autónomas, de las cajas de ahorros -salvo excepciones- al borde del abismo financiero y la de la parálisis social y política. Telefónica y Santander y BBVA son potencias mundiales, líderes en casi todo, frente a un país que se consolida en el pelotón de los torpes, mientras se concentra en el espectáculo desmesurado de la campaña de las elecciones catalanas. Sí, allí, en el Principado, donde los políticos compiten en pasarse de la raya. Puigcercós va en cabeza con aquello de que “en Andalucía no paga -impuestos- ni Dios”. Además, es un torpedo a la línea de flotación socialista, porque Andalucía -con Cataluña en horas bajas- es el gran granero de votos del PSOE. Mientras, Rajoy, como siempre, espera y calla. En el PP creen que ya ha pasado el efecto Rubalcaba que, sin embargo, junto con Zapatero, sueña con que el espíritu del Tea Party prenda, en versión española y cañí, en el Partido Popular. Para muchos sería casi la penúltima tabla de salvación a la que podrían agarrarse unos socialistas que, por eso, confían en los errores sobre todo del entorno de Esperanza Aguirre, de Camps, incluso de Gallardón, que, por ahora, callan, pero no siempre tiene que ser así. Al fondo, Antonio Garrigues, que un día lejano y liberal soñó con la política, escribe versos de esperanza, un canto utópico a la ciudadanía: “Tenemos que afrontar problema reales y difíciles”. Hay que leerlo.
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