“Hasta época reciente, la televisión no ha tenido otro objetivo que el de vender.
No vender historias, por supuesto, sino las intermediaciones con dichas
historias. Y, por lo tanto, se ha emitido poca programación que pudiera
interferir con la misión de tranquilizar a los telespectadores respecto
a su estatus, divinamente conferido, de consumidores agradecidos.
Durante medio siglo, las cadenas de televisión han centrado sus
programas alrededor de la publicidad, y no al revés, como podrían pensar
algunos”.
David Simon, que escribe estas palabras en el prólogo de The Wire. 10 dosis de la mejor serie de la televisión (Errata
Naturae), se refiere, por supuesto, a la televisión estadounidense.
Coloca el cambio de paradigma -ese “hasta época reciente”- a finales de
la década de los noventa del siglo XX y no se refiere solo a ésa, su
serie, The Wire, sino a todas aquellas que surgieron en esa época conformando lo que se conoce como la edad de oro de la televisión norteamericana: Los Soprano, A dos metros bajo tierra, El ala oeste de la Casa Blanca o Deadwood, por citar los títulos de las sospechosas habituales. Sobre las series se han escrito miles de artículos, ensayos filosóficos (Errata Naturae también publica uno sobre Los Soprano) y sociológico-técnicos (La caja lista,
de Concepción Cascajosa, es el mejor ejemplo), así que no tengo nada
inteligente, ni siquiera novedoso que aportar a eso. No se preocupen,
que ni lo voy a intentar. Sin embargo, me gustaría contar una historia
sobre The Wire, que quizá muchos conozcan, pero de la que se ha contado muy poco. Una historia un tanto extravagante, pero bastante representativa de la profundidad, la complejidad y la influencia que puede tener la ficción en la política.
En mayo de 2010 el comediante islandés Jon Gnarr anunció su candidatura a las elecciones a la alcaldía de la capital de su país, Reikiavik. Su lema: “Podemos prometer más, ya que en ningún caso lo cumpliremos”.
Su programa: llenarse los bolsillos y favorecer a sus amigos con buenos
trabajos, toallas gratis en las piscinas públicas y erradicar las
drogas del Parlamento islandés -el más antiguo del mundo- a partir de
2020, entre otras muchas medidas. Como saben, Islandia, hasta 2008 el
país con mejor nivel de vida del mundo, fue víctima de la violenta espiral arrasadora de la crisis económica y financiera mundial.
Inmediatamente después, se nacionalizaron varios bancos, cayó el
Gobierno, se destaparon varios escándalos de corrupción y se convocó un
referendo para que los ciudadanos decidieran si pagarían una deuda
contraída con Reino Unido y Países Bajos que ascendía a 3.500 millones
de euros. El “No” venció con un 93 % de los votos. En medio de la
catástrofe, un 34,7 por ciento de los votantes de Reikiavik, con gran sentido del humor, se dejaron seducir por la sardónica sinceridad del programa de Gnarr quien, en minoría, se convirtió en el cuarto alcalde de la ciudad en los últimos cuatro años. Una ciudad en la que viven más de un tercio de los habitantes del país.
Si
quería gobernar, la formación de Gnarr -que en castellano se traduciría
como el Partido Mejor- necesitaba el apoyo de otra fuerza política para
formar coalición. El cómico solo puso una condición para firmar el
acuerdo: que sus líderes hubieran visto al completo las cinco temporadas de The Wire. Finalmente, los socialdemócratas fueron los elegidos, no sin antes ser rechazados por no haber cumplido el requisito anterior.
En España,
a pesar de la crisis, de que las cifras del paro no mejoran, de la
presión sobre la clase trabajadora y de las medidas peregrinas
pergeñadas en el asiento trasero de un coche oficial, no se ha
presentado ningún cómico a las próximas elecciones autonómicas y municipales
que se celebrarán en mayo. Como reflexión personal: me parecería una
lección estupenda para la clase política. Pero, sin llegar al extremo,
me conformaría con que los políticos de este país se molestaran en ver
las cinco temporadas de esta serie. Que la vieran concienzudamente, como
el que lee un ensayo político, porque eso lo que es, aunque nos la presenten envuelta en una ficción policíaca.
“The
Wire describe un mundo en el que el capital ha triunfado por completo,
la mano de obra ha quedado marginada y los intereses monetarios han
comprado suficientes infraestructuras políticas para poder impedir su
reforma. Es un mundo en el que las reglas y los valores del libre
mercado y el beneficio maximizado se confunden y diluyen en el marco
social, un mundo en el que las instituciones pesan cada día más, y los
seres humanos, menos”.
Palabra de Simon: te rogamos, óyenos.
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