Es probable que ustedes, mis fieles lectores, hayan notado la súbita disminución del ritmo de publicación de éste, su blog favorito. Y, por consiguiente, es altamente posible que además se hayan preguntado, con gran preocupación, qué le ha ocurrido a su cronista cinematográfico predilecto. Los más fatalistas me habrán dado por muerto. Los más optimistas, por malherido, tirado en una cuneta agonizando con las cuerdas vocales quebradas a fuerza de pedir auxilio en vano. Porque en el fondo a ustedes y a mí nos apasiona el drama y nos sulibeya la tragedia, y por eso nos queremos tanto.
No obstante, como habrán sospechado desde la primera línea de este bochornoso y prolijo prolegómeno, estoy vivo. Aunque es cierto que algo ha pasado, aunque no necesariamente una desgracia: he emigrado, simple y llanamente. Ahora vivo en un país mucho más próspero, la tierra de las oportunidades de la Europa mediterránea: Italia. Y he tenido que esperar más de quince días a que la innombrable compañía telefónica local se personara en mi nuevo hogar para darme conexión a Internet. Pero ya estoy aquí, de vuelta, y seguiré dándoles la tabarra con la misma infatigable periodicidad de antaño, como si estuviera cerquita, pero estando lejos.
A partir de ahora escribiré desde Turín, una ciudad conocida por su alta densidad de adeptos a sectas satánicas, sus lluvias inclementes, sus elegantes pórticos y su Mole Antonelliana, que alberga el Museo Nacional del Cine. No notarán la diferencia, se lo prometo.
Comentarios recientes