En un aeródromo militar estadounidense el sargento Nicholas Brody se reencuentra con su familia ocho años después de haber desaparecido en Iraq. El militar besa a su mujer con emoción contenida y saluda con notorio desconcierto a su hija mayor, una adolescente a la que no ha visto crecer. Su hijo menor se dirige a él con la mano extendida y se presenta con timidez: “Encantado”, le dice a ese hombre al que solo conoce por fotos y que fue declarado “muerto en combate” cuando él apenas balbuceaba sus primeras palabras.
Esta escena de la serie Homeland tiene lugar mediado el primer capítulo, cuando ya sabemos que la agente de la CIA Carrie Mathison, especialista en antiterrorismo en Oriente Medio, sospecha que el recién rescatado marine -único superviviente de un bombardeo inteligente perpetrado por un drone (un avión no tripulado) en un cuartel de Al Qaeda- es el americano converso al que se refirió una de sus fuentes antes de morir.
No es posible hablar del desarrollo de esta ficción a través de los doce capítulos que componen su primera temporada sin desvelar detalles esenciales sobre este baile de máscaras ambiguo y complejo que mantiene la tensión hasta el último segundo del último episodio. Sin destripar la trama, es importante señalar que esas dos líneas argumentales sobre las que se sostiene esta ficción inspirada en la miniserie israelí Secuestrado -el thriller y el drama- es una simbiosis atrevida y de resultado insólito.
Uno de los principios fundamentales de la propaganda de guerra consiste en demonizar al enemigo, despojarle de toda característica humana. El adversario en el campo de batalla es Satán encarnado en todas y cada una de las unidades de infantería. Eso facilita la labor de pegar tiros y le evita al soldado arrastrar de por vida el peso moral del homicidio: no está matando seres humanos, está erradicando un mal antropomorfo. La maquinaria hollywoodiense lo ha hecho de perlas en los últimos setenta años a través del cine bélico (y de propaganda): las partes beligerantes como arquetipos maniqueos enfrentados donde hasta el más infame de los buenos es mejor que cualquier malo (Doce del patíbulo o Malditos bastardos).
En la última década hemos visto cómo el cine miraba más críticamente a la actuación de sus fuerzas armadas en Afganistán e Iraq. También ha influido, por supuesto, la entrada en Hollywood de capital árabe (proveniente de Abu Dabi y Dubai). En cambio, nunca hasta ahora una ficción televisiva emitida a nivel nacional en Estados Unidos había retratado a un cabecilla de la insurgencia, al misterioso líder de Al Qaeda Abu Nazir, como un ser humano cuya actividad terrorista y su declarada enemistad a Estados Unidos se sostiene en razones terrenales.
Homeland coloca al espectador en un lugar incómodo. La agencia de seguridad nacional (Homeland Security), nacida después de los atentados del 11 de septiembre, tiene como objetivo evitar que se produzca un nuevo ataque en suelo americano. Para ello, necesita infiltrarse en cada una de las células terroristas repartidas por el mundo para adelantarse a la amenaza. Y esa ciclópea labor de espionaje es mucho más compleja cuando se siente empatía por el enemigo (se le escucha y se le comprende, sin necesidad de justificarle) o se ponen en evidencia los trapos sucios de todo el aparato militar estadounidense (atropellos, cuando no crímenes de guerra, que acaban enterrados bajo cínicos eufemismos). El trastorno bipolar que padece la agente protagonista puede llegar a ser una metáfora de nuestra posición como espectadores ante esta serie.
La simbiosis de géneros, en este caso, es un prodigio narrativo. El suspense es tensión y entretenimiento, el drama es profundidad: juntos invitan a reflexionar. El final de la primera temporada, un cliffhunger de manual, es una invitación a seguir explorando eso que tanto nos negamos a hacer, por principio, por recato moral o por prejuicio: abrirnos a la mente del otro.
Lo realmente meritorio de Homeland no es que sea un artefacto de ficción (casi) perfecto, es que el público la vea.
Y eso vale el Globo de Oro a la mejor serie dramática que le ha sido otorgado este mismo domingo (y el de su actriz principal, Claire Danes, que hace un trabajo magnífico).
Comentarios recientes