Era un martes tonto del mes de septiembre. Desde que me he hipotecado me parece mal gastarme el dinero en ropa (excepto en zapatos, que eso es un mandamiento, no un pecado). Eran las dos de la tarde, empecé a andar, entre despistada y medio deprimida, con mis cascos y escuchando “Heridas de rock and roll”. La Castellana en septiembre es como una especie de desierto lleno de promesas. Medio vacía y medio llena. Esperando que los madrileños vuelvan a abarrotar sus calles, con sus sueños, sus prisas, su “no llego”, su “¿sabes lo que me ha hecho hoy mi jefe?”, sus tertulias, sus japoneses. Septiembre es el mes de volver a recuperar nuestra fe, el mes en que volvemos a creer que seremos capaces de cumplir todo aquello que queremos ser pero que nunca seremos. Sin embargo, lo intentamos. En el fondo es un mes de renacimiento. En todos los sentidos. ¿Quién no ha pensado en un mes de septiembre “este año sí, este año pierdo tres kilos” o “el año pasado porque estaba despistado, pero este sí, este me cambio de trabajo”o “el año pasado no era el momento, pero ahora todas las señales apuntan a que este será el año en que encuentre pareja estable?”. Así que en este mes de septiembre volví a lo tercero (después de los zapatos y el vino) que más me hace soñar: comprarme libros. Yo suelo perderme o bien en las tiendas de zapatos o bien en las librerías. En este último sitio siempre hay mucho género nuevo por descubrir. Precisamente el otro día descubrí a un hipster de 1,80 de los que ya no se ven ni en la calle Fuencarral. No era en la sección de las últimas novedades, ni mucho menos. Al parecer lo último en tribus urbanas se llama muppies, pero aún no he encontrado ningún ejemplar interesante de este género entre los estantes. Era difícil de definir, pero tenía algo. Y no me refiero a un pelazo, que también. Me refiero a ese algo que hace que quieras volver la mirada aún a riesgo de ser descubierta o precisamente por ello. Así que eso hice, me volví a mirarle. Y él respondió. Pero no a mí, a la persona que tenía en frente de la caja, esperando a preguntarle por un libro. Traté de disimular buscando la sección de libros en lengua extranjera, por aquello de hacerme la interesante. Después de comprobar que lo único que tienen es la trilogía de moda y alguna que otra fruslería me di por vencida. Mejor cambiar de sección y dejar las fantasías para los niños. Pero cuando me di la vuelta, me dijo, ¿le puedo ayudar? Tardé un poco en reaccionar. De cerca, su pelo era frondoso y sus ojos mucho más verdes que su uniforme.
-Eso depende.
Me esperaba la típica respuesta, depende ¿de qué?
-Estoy seguro de que de alguna manera podré ayudarla.
Ante esta repuesta tan directa, sólo cabía una reacción: salir corriendo, pero las piernas no me respondieron. Así que dije,
-¿Tienes el último de Javier Marías?
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