No sé si es obra de Bernardino León, el nuevo y flamante enviado especial de la UE para el Mediterráneo Sur, lo de recurrir a la palabra inglesa spring (primavera) con la que Bruselas ha querido definir el nuevo programa comunitario de ayuda para la reforma política y el crecimiento económico en los países árabes envueltos en procesos revolucionarios desde el pasado enero. Primero Túnez, luego Egipto, Yemen, Bahrein, Libia y Siria.
A juzgar por los acontecimientos esos procesos distan mucho de haber cristalizado. En unos casos, como el tunecino, todo indica que avanza con mayor rapidez y que a finales de este mes quedará elegida una asamblea constituyente para redactar una carta magna. Sin embargo, los demás países se mueven todavía en medio de la más brutal represión como es Siria –casi 3.000 muertos en seis meses por disparos del régimen de Bachir el Asad-, los últimos estertores de la guerra civil (Libia), el desconcierto (Yemen y Bahrein) y la incertidumbre y preocupación (Egipto).
No cabe duda que Egipto más que Siria o Libia es la clave de bóveda para determinar el éxito o el fracaso de lo que los occidentales nos hemos precipitado en llamar “primavera árabe”, aunque sólo sea porque es el más poblado de todos ellos (85 millones de habitantes). Desde la caída del régimen de Mubarak gracias a la rabia popular concentrada en la histórica plaza cairota de Tahir se han ido acumulando preocupantes acontecimientos que han conducido de nuevo a la protesta de la población.
El último, el de este fin de semana con la larga veintena de cristianos coptos asesinados impunemente a manos no se sabe muy bien de quién –musulmanes integristas, sicarios a sueldo o de los propios soldados- deja al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que preside el general Mohamed Tantawi, en una posición muy delicada. El Gobierno provisional ha abierto una investigación para esclarecer la matanza de esa minoría religiosa, que representa aproximadamente un 10% de la población.
Sin embargo, este suceso ha acentuado las fuertes sospechas de que los propios militares estén permitiendo o alentando la inestabilidad para así prolongar su permanencia en el poder y persuadir a la comunidad internacional de su papel indispensable. Ellos lo niegan y replican que hay una hoja de ruta para devolver la autoridad a los civiles.
Sea como fuere, no parece que esas manifestaciones estén calmando a la población. Al contrario, la inestabilidad aumenta y por tanto también la probabilidad de que la primavera egipcia se tiña de sangre. Y si eso sucede, las consecuencias pueden ser muy trágicas para la nación debido a una influencia dominante del integrismo más radical, pero también para los demás países de la región. Los Hermanos Musulmanes, la única formación política claramente organizada en Egipto, han tenido hasta la fecha un papel muy moderado y responsable.
Lo sé, no hay ninguna similitud con la España posfranquista, pero a veces los movimientos de los generales egipcios que forman parte de la junta de gobierno me recuerdan a los ridículos pasos que daba Arias Navarro durante los primeros meses tras la muerte del dictador en noviembre de 1975. Recuerden aquel miope y surrealista espíritu del 12 de febrero que no se lo creía ni él mismo. Estaba claro que con Arias en el poder la reforma democrática era imposible.
Los militares egipcios no es que gocen precisamente de una credibilidad democrática. Nunca la han tenido. Tomaron el poder en 1952…y hasta hoy (Nasser, Sadat, Mubarak, Tantawi).
Tantawi, el presidente interino, ha formado parte del régimen de Mubarak. Fue ministro de Defensa con el derribado dictador. Por cierto, ¿qué ha ocurrido con el juicio a Mubarak y sus dos hijos? Tras las dos primeras sesiones televisadas y los enfrentamientos en la calle entre partidarios y detractores del rais el juez decidió que el proceso continuara a puerta cerrada. Lo siento, pero me he debido perder alguna secuencia e ignoro si ha quedado aplazado. Es la cosa de vivir fuera del planeta y estar enfrascado con otros asuntos.
Todo el establishment del anterior régimen no ha sido completamente desmantelado ni las leyes que todavía imperan bajo el código militar. Es verdad que donde más se ha notado la apertura ha sido en los medios de comunicación, que hablan y escriben libremente y han sido liberados de la mordaza.
La hoja de ruta de Tantawi y los otros 27 generales que integran el Consejo Supremo es de lo más complicada y lenta. A finales de noviembre están previstas unas elecciones a la Cámara Baja y luego en marzo otras a la Cámara Alta. El Parlamento deberá entonces redactar una nueva Constitución y finalmente después de eso tendrán lugar las elecciones presidenciales, previsiblemente en la segunda mitad del año que viene. Todo se presume demasiado lento para que lo pueda digerir con normalidad una sociedad que exige ya mismo cambios. Quizá los acontecimientos se precipiten de tal modo que los militares se vean obligados a acelerar el proceso o incluso a alterarlo, convocando las presidenciales antes que las legislativas.
Desde luego, si yo fuera eurofuncionario no me fiaría demasiado del grado de compromiso democrático que aseguran tener los miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y supervisaría muy bien cada euro que Bruselas envíe a El Cairo dentro de ese pomposo y rimbombante Programa Spring. Como nombre está bien; otra cosa es que sea un acierto ponerlo en marcha sin mayores verificaciones.
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