SOS para la suerte de varas
Personajes conspicuos se han reunido tras la pasada feria de San Isidro, y han advertido la necesidad urgente de reformar la suerte de varas. Para mejorarla, se supone. Los personajes conspicuos a los que se alude han sido ganaderos y aficionados. Habrá que confiar en ellos, Ąqué remedio!, aunque tantas veces se ha dicho lo mismo (que la suerte de varas es una verdadera desgracia), que ya hay cosas que suenan a música celestial.
El primer tercio suele ser un desastre, se mire como se mire. El picador, que gozó de predicamento en otras épocas, se ha convertido en lo contrario de mucho tiempo a esta parte. Muy de vez en cuando, rara vez, excepcionalmente, es posible ver picar a un toro como es debido.
Pero Ąojo!, que tanta culpa, o si cabe más que los picadores, la tienen los llamados maestros (ahora se es maestro desde la escuela taurina). żCuántas veces se pone en suerte a un toro conforme tanto a las normas técnicas como al sentido común? Echen cuentas y les sobrarán dedos de una mano. Ya es cosa sabida que, en líneas generales, la corrida queda reducida a la faena de muleta. De tres partes que tiene la lidia, dos se cumplimentan como un engorroso trámite que hay que cumplir: el tercio de varas y el tercio de banderillas. Se trata de ver un montón de derechazos, y todo lo demás es un fastidio. Los piqueros tienen la culpa, los maestros también, pero el público igual. Porque el público –excluyamos media docena de aficionados– a lo que va es a ver derechazos y a pedir orejas. Siente la imperiosa necesidad de creer que su dinero ha merecido la pena, y el corte de orejas, venga o no venga a cuento, le da esa tranquilizadora sensación. Eso sí lo sabe: que las orejas se cortan cuando todo ha ido bien. Se cortaban, habría que indicarles. Porque lo que es ahora, montones de orejas hay que mueven a risa.
Como ya viene de lejos esta frivolización del toreo, admitiendo cosas que antiguamente eran pecado mortal, nada tiene de extrańo que incluso el primer tercio haya experimentado el caricaturesco deterioro que exhibe actualmente, cuando de toda la vida se le tuvo como piedra de toque fundamental para determinar algo que también era básico entonces : la bravura, la casta del toro; sus cualidades, su categoría . Como el toro importa un bledo, żqué importancia tiene el tercio de varas? Ninguno en realidad.
La acorazada de picar llamaba el siempre recordado Joaquín Vidal a la mayor parte de los picadores actuales, con toda la razón del mundo. Son de ver y produce grima su contemplación, las escabechinas que se producen ante la pasividad de los toreros de a pie que, mientras tanto, parecen charlar de sus cosas.
No tiene nada de extrańo que un manojo de personas, a las que presumo la buena fe necesaria para darse de bruces contra una pared, se haya reunido y haya considerado que se impone una reforma urgente que devuelva a la suerte de picar todas sus históricas virtudes. Pero esto ya ha pasado más veces, y ha sido como irle a contar penas a Rita la Cantaora.
La reforma en cuestión, żen qué debería sustentarse básicamente? Pues muy sencillo: en el Reglamento que actualmente se infringe. Con que se cumpliera cuanto en él se indica, podríamos darnos por satisfechos.
Por ejemplo. Se dice en el Reglamento (artículo 74) que el picador “obligará a la res por derecho…”, expresión seguramente antediluviana que incluso puede causar estupor y temblores.
Se dice también que el picador “cuidará” (Ąqué deliciosa ingenuidad!) de que el caballo lleve tapado “sólo su ojo derecho…”, pero la realidad es otra. Al caballo apenas se le ve la cara. Ni el picador se ha cuidado del detalle, ni la autoridad competente interviene en lo que le atańe. Unos y otros se hacen los suecos.
El aludido Reglamento indica también, como no podía ser menos, que está prohibido “barrenar, tapar la salida de la res, girar alrededor de la misma, e insistir o mantener el castigo incorrectamente aplicado”. El más tonto lo entiende. Tiene las letras así de grandes…, pero la sańa de algunos puyazos, atornillando la puya en el toro y la elegancia y soltura con que el caballo de picar recuerda a los del tiovivo, hacen pensar que quizá el Reglamento esté escrito en sánscrito (lengua que, efectivamente, aunque sólo sea por muerta, no tienen obligación de conocer ni picadores ni presidentes).
Pero se detallan más cosas, puntualizando detalles que conducen (en teoría) a que el primer tercio, “necesitado de reforma urgente” según se acaba de considerar de nuevo, sea como debe ser. Si el toro deshace la reunión, queda prohibido “terminantemente” consumar otro puyazo a renglón seguido. Lo que hay que hacer es que los de a pie saquen al toro hacia fuera, mientras el piquero echa atrás el caballo para, si procede, volver al comienzo: a poner otra vez en suerte al toro para un nuevo puyazo.
No es esto lo que vemos, sino al contrario. Al toro que “deshace la reunión”, esto es, que recula separándose del peto del caballo, no sólo se le vuelve a arrear estopa sin ningún miramiento, sino que para asegurar la hazańa, le dejan apoyada la puya, con lo cual se facilitan mucho las cosas y la acción subraya la gallardía del momento.
También se insiste en que ningún lidiador se sitúe a la derecha del caballo, pero son muchos los maestros que se quedan allí tan serranos ellos.
En el apartado 9 del antes citado artículo, se dice que los picadores que hagan de su capa un sayo “… serán advertidos por el presidente y podrán ser sancionados según la gravedad de la infracción”. Papel mojado.
No digamos nada de los puyazos al lomo o a las paletillas, ni de esa arrogante manera de sostener la vara, con todo el palo por delante y apenas el regatón visible tras el brazo…
Se pica donde cae, sin más contemplaciones. Aquello de picar delantero cuando era necesario, o trasero (no en el lomo, sino un poquito más atrás del morrillo del toro), cuando las características del toro lo aconsejaban, son modos que se desconocen, expresiones en apabullante desuso y exigencias derogadas por la chapuza imperante.
Pedir socorro para la suerte de varas es lo menos que se puede hacer. Pedirlo: aunque todo siga igual, como seguirá desgraciadamente.
Muy de vez en cuando aparece un picador haciendo las cosas bien, y entonces parece que ha salido el sol, e incluso los más indocumentados se abrazan con el vecino de la localidad porque han sido testigos de un milagro. Muy de vez en cuando un picador tiene que quitarse el castoreńo para corresponder a las aclamaciones…, pero todo esto es tan de hijos a brevas, que pasa como cuando aparece una golondrina: que no es prudente desabrigarse.
En resumidas cuentas, que ese SOS que de nuevo se lanza en defensa del primer tercio de la lidia, podría comenzar a resultar eficaz respetando las disposiciones que reglamentariamente le afectan. Y ese respeto puede llegar por las buenas, o por las malas. Esto es: por las buenas, si de golpe y porrazo todos cuantos se visten de luces descubren que para que los demás respeten su profesión, ellos son los primeros que deben respetarla (con hechos, no sólo de palabra). Y por las malas, si, continuando todo como está, los presidentes hacen uso de sus atribuciones, se cuidan escrupulosamente de que todo funcione como está previsto (desde el ojo izquierdo del caballo al aire), y sancionan todas cuantas infracciones se produzcan (publicándose sus decisiones, para que consten).
Todo lo que no esa esto, serán ganas de hacer como que se hace, lo cual es mucho peor que no hacer.
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