Sobria útil y transparente
Comienza un tiempo lleno de incertidumbre, pero también de esperanza, y el Rey es consciente de que se inicia una etapa de regeneración profunda.
Siempre que me preguntan por Felipe de Borbón y Grecia o por Letizia Ortiz Rocasolano, a los que he tenido la oportunidad de tratar por razones profesionales, respondo que les considero dos personas atractivas, inteligentes, agradables, de las que suelen caer bien al primer golpe de vista. Ya sé que queda poco riguroso y nada protocolario escribir en estos términos de los Reyes de España y que tampoco es fácil separar las personas del cargo, pero me resultan más cercanos que sus antecesores. En contra de un criterio generalizado, sostengo, además, que para Felipe VI fue una suerte encontrarse con una mujer que ha sido capaz de potenciar algunos aspectos de su personalidad. Creo que el actual rey es prudente, detallista, discreto y equilibrado en el trato, al menos, a mí me lo parece. Muy distinto a su padre, eso sí, menos campechano, pero tiene un sutil sentido del humor. De su esposa destaco su firme voluntad, su avidez por saberlo todo, su curiosidad insaciable, su desparpajo, que son virtudes de la buena periodista que fue antes de que cambiase radicalmente de vida.
La buena opinión que ambos me merecen me ha procurado severas críticas por parte de quienes me consideran republicana. Y, sin embargo, lo sigo siendo. Conozco a escasos ciudadanos que se confiesen monárquicos, aunque alguno queda. La mayoría de los españoles consideran más lógica como forma de gobierno una república que una monarquía parlamentaria como la actual, aunque solo sea porque el presidente no accede al cargo de manera hereditaria y, además, es susceptible de ser sustituido al someterse a la voluntad de los electores. Lo primero es un hecho indiscutible: Felipe VI ha heredado la jefatura del Estado por apellidarse Borbón, pero lo segundo es cuestionable porque, tal y como están las cosas, sospecho que si el monarca comete cualquier tipo de arbitrariedad sería desautorizado y destituido inmediatamente, sin necesidad de someterse a referéndum o proceso electoral.
Con Felipe VI los españoles no tendrán los miramientos que tuvieron con su padre. Más de una vez le he escuchado decir que la monarquía solo permanecerá en función de su utilidad; dejará de existir el día que los ciudadanos la vean como un obstáculo o una rémora para la democracia. Así que el Rey llega con la lección bien aprendida. Llega a la jefatura del Estado en un momento sumamente crítico donde los ciudadanos no parecen dispuestos a soportar demasiados agravios comparativos. No es momento de ponerse aguafiestas, pero para equilibrar el optimismo gubernamental de las cifras macroeconómicas, basta recordar que el 55% de los jóvenes están en el paro, 700.000 hogares carecen de cualquier tipo de ingresos y el 28% de los ciudadanos está en riesgo de pobreza extrema. Imposible pasar por alto la exigencia de catalanes y vascos de su derecho a decidir o el problema de una Constitución puesta en cuarentena. El Rey es muy consciente de que se inicia una etapa de regeneración profunda y sabe que la monarquía, si quiere permanecer, además de útil, tiene que ser irreprochable, austera y transparente. Hoy comienza un tiempo lleno de incertidumbre, pero también de esperanza.
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