Ahí estaba de nuevo. En forma de mensaje de texto, en mi móvil. Me llegó a media mañana, en mitad de una rueda de prensa. Mi reacción fue extraña. No sentí alegría. No sentí dolor. Ni siquiera intriga. Sentí pánico. Tras dos semanas sin saber de él, Jairo había vuelto. Y yo aún no había decidido qué debía hacer. Pasadas las horas, el sobrecito del sms seguía ahí, sin abrir. Como ese pastel de chocolate que deseas comer pero que sabes que si lo comes no te va a sentar bien. Lo sensato era abrirlo y después tomar la decisión. Así que, por supuesto, yo elegí el camino contrario. Esperar el momento adecuado para leerlo y, mientras, dejar pasar las horas, imaginando qué me diría, qué le contestaría yo, qué pasaría después. ¡Ay! Un mísero mensaje virtual de texto había conseguido resucitar lo que yo había tardado dos semanas en enterrar. Pensaba esto mientras paseaba por el Retiro. Me senté en un banco, el mío y cada día el de más gente con esta crisis. Analicé fríamente la situación. Creo que estaba preparada para afrontar de nuevo la situación sin derrumbarme o arrastrarme. Al fin y al cabo, era él quien había escrito de nuevo. Yo había ganado esta batalla. Llevaba ventaja, pero la pelota estaba ahora en mi campo de juego.
Con este espíritu tan deportivo, abrí el sobrecito. Mis ojos no daban crédito a lo que leía, no entendía nada.
(Transcripción literal del mensaje)
“sjdñoifuoeihewlnhmmm??!!!kjjj”
Lo miré una vez. Lo miré dos veces. Lo miré tres y asombrosamente, seguía diciendo lo mismo. ¿Qué significaría? ¿Un mensaje en swahili, en clave, en haikus o una tomadura de pelo?
A pesar de mis ganas de creer en lo primero, y eso que no sabía swahili, se trataba de lo segundo. Pero por si acaso, llamé a Ainhoa para que me diera una opinión neutral un poquito favorable
-Es una trampa muy hábil, ahora serás tú quien tiene que llamarle para preguntarle qué quiere decir. La pelota está en tu tejado y él no se ha quemado nada, me dijo.
-¿Pero no habíamos quedado en que los hombres son simples? ¡Como haya maquinado todo eso para escribir ese mensaje creo que debería borrar su número de teléfono porque es un psicópata!, le contesté.
-Tienes tres opciones: A, ignorarle. B, llamarle diciéndole de qué va. C, enviarle exactamente el mismo mensaje que él a ti, a ver qué pasa.
Tras colgar con Ainhoa, ya en casa, escuchando de fondo el “Fuiste Tú”, de Ricardo Arjona, decidí no entrar en una dinámica de mensajes complejos y absurdos. No sé si me estaba haciendo adulta, pero sí que me estaba cansando de jugar. Cogí el móvil y le escribí:
“No he entendido tu mensaje”
Al minuto tenía de nuevo otro sms. Esta vez, había aprendido la lección, lo abrí sin solemnidades, ni rodeos.
“Disculpa mi sobrino estaba jugando con el móvil. ¿Cómo estás? ¿Quedamos el viernes? Te he echado de menos”
¡¡Su sobrino, pero qué excusa más horrible!! Un día tendría que escribir un artículo sobre cómo utilizar buenos argumentos cuando te ves acorralado.
No respondí, aunque me moría por decirle Síiii. Quería quedar con él pero antes tenía que cambiar algunas cosas. En esta partida, él tenía todas las cartas buenas, conocía las reglas y las usaba a su antojo, mientras yo parecía un pato mareado en el Juego de la Oca. Decidí posponer la decisión hasta que pudiera ver con más claridad.
Mientras destrozaba la canción de Arjona con mi suave y aterciopelada voz, en mi móvil apareció otro mensaje, esta vez por WhatsApp. Era un compañero de profesión al que había conocido hace poco. Me invitaba a una fiesta en su casa, también el viernes. La semana empezaba a ponerse interesante.
Eso sí, pedí cita con el oftalmólogo para el día siguiente.
Comentarios recientes