Siria: los remolinos de la represión
Un sudario de silencio y oscuridad lo cubre todo, el régimen no quiere que haya testigos que cuenten la barbarie. El discurso para consumo interno repite que se trata de una conspiración internacional valiéndose de los islamistas.
En el dramático paisaje de Siria no se ve un inmediato cambio de escena, el régimen de Bachar el Assad reprime con una violencia implacable las numerosas manifestaciones que piden su dimisión en nombre de la libertad. Desde que comenzaron las protestas, los muertos suman más de 1.500; los heridos, 3.000; los detenidos, entre 10.000 y 20.000.
Estas cifras se basan en datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos y en informes de las ONG que operan en el interior del país. Los datos oficiales están manipulados y son escasos, no existen testigos independientes, ya que el Gobierno ha prohibido la presencia de periodistas extranjeros. Un sudario de silencio y oscuridad lo cubre todo, el régimen no quiere que haya testigos que cuenten la barbarie. El discurso para consumo interno repite que se trata de una conspiración internacional valiéndose de los islamistas. Las iras del régimen se dirigen de manera especial contra Estados Unidos y contra Francia, los dos países más activos en las condenas de la represión contra la población y los principales actores de las sanciones contra los altos mandatarios del régimen.
La secretaria del Departamento de Estado, Hillary Clinton, ha sido muy contundente en las declaraciones referidas al Gobierno de Damasco, al sostener que el objetivo de Estados Unidos en relación con Siria es que la voluntad de transformación democrática se lleve a cabo. Al hablar del presidente Bachar ha manifestado que este ha perdido la legitimidad, ya que no ha honrado las promesas además de haber buscado y aceptado la ayuda de Irán para reprimir a su pueblo. Como observación final ha dicho que el presidente Assad no es indispensable y que el Gobierno de Washington no ha hecho ni hará ningún gesto para que se mantenga en el poder.
Conflicto diplomático.
Los partidarios de la familia Assad, encuadrados por el partido Baaz, han montado manifestaciones, o más bien contramanifestaciones, de apoyo al régimen y contra la injerencia extranjera. Los más audaces, animados por la televisión pública, han atacado las embajadas de Francia y Estados Unidos. En la francesa hubo tres heridos entre los policías que la custodiaban. El ministro de Asuntos Exteriores, Walid al Muelle, acusó a los embajadores de esos países de atentar contra la seguridad interior del país por visitar la villa rebelde de Hama, una de las más activas en la protesta y de las más castigadas por la represión. En respuesta, el Ministerio de Asuntos Exteriores francés llamó al Quai d’ Orsay a la embajadora siria para recordarle que el embajador francés en Damasco estaba en pleno ejercicio de sus funciones y le recordó que la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas estipula que los jefes de las misiones diplomáticas deben tener total libertad para sus desplazamientos en los países que los acreditan. Le dijeron que ella podía moverse por toda la geografía francesa, que ese derecho tenía reciprocidad.
Hama es una villa símbolo de la más dura historia de Siria, la brutal masacre llevada a cabo por Hafez el Assad, padre del actual presidente, la ha marcado con un tatuaje indeleble. En aquella operación murieron entre 10.000 y 25.000 suníes, que protagonizaron la rebelión. Nunca lo han olvidado. Solo así se puede explicar la manifestación que hace unos días reunió a casi medio millón de personas gritando consignas contra Bachar el Assad.
La señora Clinton ha sido demasiado benévola al decir que el presidente Bachar ha perdido legitimidad, en realidad nunca la ha tenido. Su padre, Hafez, que gobernó el país con mano de hierro durante 30 años, llegó al poder subido a los tanques para después amañar referéndums y elecciones que no bajaban del 95% en los apoyos. Bachar no era el predestinado a la herencia y por eso no lo prepararon para asumir ese papel. Estudió oftalmología en Londres y quería ejercerla como profesión, pero la muerte de su hermano mayor, Basil, en un accidente de tráfico, cambió su destino. A Basil, el padre le había dado una formación militar para que le heredara. Hafez no se atrevió a nombrar heredero al hijo pequeño, Maher, porque era conocido por su carácter violento e inestable. Solo quedaba Bachar y dicen que aceptó la decisión paterna con resignación.
Lo dicen quienes sostienen que ahora no es el líder de la represión sino que quien la dirige es el clan familiar, empezando por el hermano pequeño, Maher, sin duda el número dos del régimen, que manda la Cuarta División Acorazada, protagonista del aplastamiento de los rebeldes en varias partes del país, principalmente en Jisr al Shugur, donde varios oficiales desertaron por negarse a disparar contra su propio pueblo. Maher fue a Shugur y yuguló la rebelión sin piedad. Es una tragedia que se ha tratado de ocultar, pero que un día se conocerá en sus más escalofriantes detalles. En el retablo familiar de los defensores del poder hay que citar al primo del presidente, Rami Makhlou, que se hizo multimillonario al sol del régimen y que acaba de manifestar que la familia luchará hasta el fin. Tanto la Unión Europea como Estados Unidos han sancionado a los protagonistas más destacados de la represión con distintas medidas, entre ellas, que no podrán entrar en el territorio europeo ni estadounidense y que se les confiscarán sus bienes.
Dificultades.
Los sirios parecían resignados a su fatal destino, o eso se decía, cuando estallaron las revoluciones árabes. Vieron cómo caían la dictadura tunecina y la dictadura egipcia y fue la chispa que prendió el incendio. Curiosamente las rebeliones no comenzaron en Damasco, sino que estallaron en distintas provincias y villas como la citada Hama, pero también en Homs, Banias, Lattaquié, Deraa y, de ahí saltó a los suburbios de Damasco y a muchas de las mezquitas del país. Los viernes, a las oraciones les siguen las manifestaciones y la represión.
Las cosas no fueron tan fáciles, bueno, relativamente fáciles, como en Túnez y Egipto, donde los respectivos ejércitos abandonaron a los dictadores dejándoles caer. En Siria, no. En Siria, los principales mandos del ejército se articulan con la etnia alauita a la que pertenecen los Bachar. Son minoritarios y por eso siempre han usado la fuerza para conservar su situación privilegiada. Es impensable una acción bélica internacional como la que se está llevando a cabo en Libia, en la que hay una parte del territorio ocupada por los rebeldes. Siria es el epicentro de una zona de alta tensión. Sin embargo, la magnitud que van tomando las rebeliones podría terminar con el régimen.
Es una hipótesis, uno de los escenarios posibles, porque a los opositores tampoco les faltarán apoyos. Hay mucho en juego. Estados Unidos y Europa en general verían con buenos ojos la caída de los Assad, porque, aparte del fin de una cruel dictadura, tendría efectos que podrían considerar como positivos en la zona. La caída de los Assad debilitaría al iraní Ahmadinejad y al ayatoyalismo dogmático, porque dejaría de extender sus tentáculos por Siria hacia el Líbano. Por supuesto que variaría el equilibrio de fuerzas en el ajedrez del Líbano al quedarse Hezbulá, el partido de Dios, sin apoyos. Turquía, en donde se han desatado serias tensiones con El Assad a causa de los miles de refugiados que cruzan las fronteras huyendo de la violencia, podría tener una influencia notable en el nuevo poder que se pudiera organizar en el país vecino y doblar su presencia en un área tan sensible. Los hechos no invitan al optimismo, al contrario, lo más probable es que todavía les espere un incierto futuro de represión y silencio.
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