Siria camina hacia la guerra civil
Un régimen implacable, una oposición cada vez más organizada y miles de muertos durante los últimos meses. Todo apunta a un choque armado en uno de los países clave de Oriente Próximo.
La violencia continúa aumentando en Siria y se escuchan cada vez más voces que alertan sobre la posibilidad de que esta oleada sangrienta pueda desembocar en una guerra civil. Quizá esta previsión resulte un tanto fatalista, pero lo cierto es que el número de muertos por la represión sigue incrementándose, a pesar del despliegue de la misión de observación de la Liga Árabe, que tiene como objetivo inmediato lograr un alto el fuego. Según el recuento de la ONU, el número de civiles asesinados desde que comenzaron las protestas hace diez meses sobrepasaría ya la cifra de 5.000, cantidad que las ONG elevan a 6.000. Por su parte, el régimen cuantifica en unos 2.000 los miembros de las fuerzas de seguridad muertos en emboscadas y atentados perpetrados por milicias clandestinas como el autodenominado Ejército Libre Sirio.
Según el dirigente druso libanés Walid Yumblat, buen conocedor del país vecino -en el que habitan casi medio millón de drusos como él y con cuya comunidad los sirios siempre han mantenido estrechos lazos-, el presidente Bachar al Assad “ya no escucha a nadie”, habiendo roto la interlocución incluso con el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, hasta ahora su principal valedor ante Occidente. Igualmente, el antaño aliado emir de Qatar, Hamad bin Jalifa al Zani, se ha convertido en su principal azote en los foros internacionales. Al Zany ha solicitado repetidamente el despliegue de una fuerza militar de la Liga Árabe, que, de materializarse, supondría la primera intervención de la organización panárabe en el seno de uno de sus 22 Estados miembros.
De momento, la Liga Árabe se ha limitado a desplegar un contingente de 200 observadores civiles que han de verificar la aplicación del llamado Plan de Acción aprobado el 2 de noviembre. Según este, el Ejército debería retirarse completamente del interior de las ciudades, miles de activistas detenidos deberían ser puestos en libertad, y el régimen debería abrir un diálogo con la oposición encaminado a restaurar la paz social, permitiendo la libre entrada tanto de cooperantes como de periodistas. No obstante, la oposición duda de la credibilidad de esta misión, tanto por estar comandada por el exdirector de la Inteligencia Militar de Sudán, Mohamed al Deib, sobre el que pesa la sospecha de connivencia con crímenes de guerra en Darfur, como por su reducido tamaño en relación a la extensión y a la población del país.
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