Margaret Thatcher llena las pantallas grandes de todo el mundo. Meryl Streep ganará otro Oscar por su interpretación de la antigua Premier británica en “La dama de hierro”. La película, sin embargo, no pasará a la historia del cine; ni tan siquiera a la del cine político. La soberbia actuación de Meryl Streep se agiganta ante la endeblez de un guión que abusa del flashback y que desdibuja la figura política de Thatcher. Cuatro frases y cuatro pinceladas simplistas no pueden resumir un mandato de diez años. Enemigos y partidarios de la antigua líder tory no encontrarán en la película ni a su ídolo ni a su demonio –siempre político- y sí la poco apasionante senectud imaginaria de alguien que ahora ya solo envejece perdida en el olvido, como también le ocurre a algún histórico político español.
Mientras tanto, sigue sin haber noticias de Mariano Rajoy, salvo una fugaz y lejana aparición –obligado por el protocolo- en la Pascua Militar. Tampoco se le espera hasta principios o mediados de febrero. En Moncloa ha habido debate sobre cuándo debía aparecer el Presidente para explicar sus medidas de ajuste y, sobre todo, la brutal subida de impuestos aprobada por su Gobierno. Encima de la mesa han estado todas las opciones, desde apariciones en los medios de comunicación en cualquiera de sus formatos –entrevistas en periódicos, radios, televisiones o a través de agencias- hasta una comparecencia urgente en el Congreso de los Diputados. El resultado ha sido un aplazamiento de esa aparición explicativa hasta el mes que viene, sin que estén claros los motivos de tamaña tardanza. La encuesta publicada por El País hoy domingo, 8 de enero, que afirma que la mayoría de los españoles aprueba los recortes ye l 53% la actuación de Rajoy, aunque rechaza la subida de impuestos, dará argumentos a los partidarios de que siga sin haber noticias de Rajoy. Otros muchos en su entorno –y por supuesto fuera de él- entienden que es un error. El Presidente, con las medidas y sobre todo con el alza impositiva, ha jugado fuerte, con la ventaja que le da el inicio de legislatura y el cambio de signo del Gobierno. A pesar de todo, es una apuesta demasiado fuerte -¡y le puede salirle bien!-, como para no intentar colocar muros de contención, en forma de una explicación al país que, sin duda, convencería a una buena parte de su electorado, ahora algo despistado, e incluso satisfaría a ciertos desengañados de otras opciones, pero siempre partidarios de más impuestos.
La subida impositiva aprobada por el Gobierno al filo de las campanadas de fin de año es incluso mayor de lo que, en un primer momento, podría parecer. Al menos para las rentas de capital que, en algunos casos, verán como su factura con el fisco crecerá hasta un ¡28%!, sí, ¡un 28%!. Las cuentas son simples. Antes de las medidas, una renta de capital de 25.000 euros –al margen del mínimo exento- tributaba al 21%, es decir, debía pagar a Hacienda, un total de 5.250 euros. Ahora la misma renta, cotizará al 27%, o lo que es lo mismo, deberá aportar al fisco 6.750 euros, es decir, 1.500 euros más, lo que representa un 28,57% más, porque 1.500 sobre 5.250 es un 28,57% aquí y en cualquier tierra de garbanzos, de gazpacho o incluso de lacón con grelos. A algunos les parecerá una barbaridad y a otros, todavía poco, pero nadie puede discutir que se trata de una toda una subida impositiva, la mayor de la democracia. En cualquier caso, los números dicen lo que dicen. Mientras, claro, sigue sin haber noticias de Rajoy y tampoco de la oposición, entretenida entre una Carme/Carmen, que quiere serlo de España, y ese moderno caballero de perfil doliente llamado Alfredo. Uno de los dos está llamado, por ahora y salvo sorpresas, a embestir contra Rajoy que, entonces, sí, quizá ya haya noticias. Y si se retrasa mucho, entonces Meryl Streep quizá haya empezado a sacar brillo a su nueva estatuilla del Oscar, sin que Margaret Thatcher, en su olvido, se haya enterado de nada.
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