Sin el documento de identidad y a lo loco
Lunes 19 de diciembre, cuatro de la tarde, Madrid. Servidora emerge del bar Manolo, ilustre bar de oficiales políticos y periodísticos acuartelados en el Congreso de los Diputados, camino del hemiciclo donde de un momento a otro se reanudará el debate de investidura de Mariano Rajoy. La policía nacional corta unos momentos la calle: pasa la caravana del presidente. En medio de los curiosos que atisban los cristales tintados, una señora de unos cincuenta años se desmarca y se dirige hacia mí en línea recta. “A ti te conozco de verte por la tele”, se lanza muy fogosa en catalán, y añade, “toma esto”. De lejos esto parece una tarjeta de crédito cortada en dos. Pero no es una visa sino un DNI, el DNI de la señora, quien blande en el aire las dos mitades: “dale de mi parte una a Zapatero, y la otra a Rajoy, que yo ya no quiero esto para nada”. Y se va indocumentada y contentísima. Como si acabara de “borrarse” del club llamado España.
Cuarenta y ocho horas antes desfilaba por la Gran Vía un ciudadano portando en alto una escoba invertida (con la parte de barrer apuntando al cielo) que a su vez llevaba prendida una pancarta donde podía leerse algo así como: “Yerno del rey, menos cuentos y más cuentas claras”. La mayoría de transeúntes le miraban (o no) tan en silencio como paseaba él con su escoba. Hasta que uno se paró y le gritó con tanto o más ímpetu que la señora del DNI roto: “¡Viva el rey! ¡Y la república, ya te la puedes meter por el culo!”
Juro que no me invento ninguna de las dos estampas. España es y está así.
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