Cuando yo estaba vivo creía en la idea de Europa unida. Tuve la fortuna de vivir por dentro las tripas del último proceso de ampliación. Pero ahora que estoy muerto he perdido los ideales y no me siento tan identificado con la construcción europea como antes. Al menos, no con ese proceso que mueven a paso de tortuga y de forma contradictoria y temerosa los actuales dirigentes de la Unión Europea. En cualquier caso, si los ciudadanos europeos dejan de creer en una Europa abierta, unida, responsable, social, equitativa y especialmente solidaria, ¿qué les queda? La alternativa no es otra que una Europa de los especuladores, de los patriotismos miopes o de la catetez de los nacionalismos que tanto me irritan incluso muerto.
Digo todo esto porque en esa revisión diaria que hace mi cerebro aún viviente de lo que sucede allí abajo, en el planeta Tierra, me ha llamado la atención lo que ha manifestado el ministro de Hacienda alemán, Wolfgang Schäuble, respecto a la conveniencia de que el presidente de la Comisión Europea sea elegido directamente por votación de todos los ciudadanos europeos. Que lo exprese Schäuble no es lo mismo que lo diga, por ejemplo, nuestro ínclito tándem hispano español integrado por el hombre previsible, el orejudo y el políglota y engolado cara pastor. Estos tres, bien sabemos, poco pintan cuando van a Bruselas. El primero necesita el flotador del traductor “empotrado”, el segundo jamás viaja, porque está ocupado maquillando el presupuesto, y el tercero, hace lo que puede, pese a su buen inglés, soportando las bromas de su colega Juncker, cuando le coge del pescuezo.
Credibilidad, es bien conocido, no la tienen. Quizá no sólo por culpa de sus meteduras de pata o de sus insufribles ambigüedades. Arrastran la herencia recibida de sus innombrables antecesores. Por cierto, lo único bueno que tienen estos últimos es la discreción de la que hacen gala. Tienen sentido del ridículo. Claro, por la cuenta que les trae, porque si se pasearan por la calle recibirían los mismos pitos, o más, que quienes están al frente del negociado hoy. Los dos gobiernos son francamente malos. Qué más da decir que uno es peor que el otro.
Pero sigamos con la propuesta de Schäuble. A mí, para empezar, el poderoso ministro democristiano germano siempre me despierta mucha curiosidad. No debe de ser fácil moverse en silla de ruedas, aún sabiendo que todo el mundo está pendiente de ti. Más aún cuando la invalidez es consecuencia de un atentado. ¿Se imaginan a Zapatero o Rajoy, en silla de ruedas, por la sala de reuniones ministeriales tratando de hablar con sus colegas, con el flotador de traducción permanente, poniendo sonrisa de pazguatos? ¡Qué espanto! No tendrían espíritu de superación, se avergonzarían de su parálisis y hasta incluso sentirían ese incurable complejo de inferioridad que trataba de enmascarar Aznar cuando iba a las cumbres comunitarias.
Lo de la elección por sufragio universal del presidente de la Comisión Europea es una propuesta extraordinaria, pero tengo serias dudas de que se lleve a cabo a corto o a medio plazo, incluso a largo. Quizá no sea la prioridad de las prioridades, pero sí contribuiría muchísimo a que los ciudadanos se sintieran más identificados con las instituciones europeas y exigieran por tanto más responsabilidades a los dirigentes comunitarios. ¿Hay alguien de ustedes que se sienta identificado con, por ejemplo, Durao Barroso, que salió elegido por los líderes de la UE por eliminación una vez que nombres más influyentes eran vetados por las continuas batallas entre países? Paradójicamente, el gris político conservador consiguió la reelección en 2009 y pasará a la historia por estar diez años en el cargo, igualando el récord de Delors.
¡Cuánto ha cambiado la mentalidad de los políticos europeos! No sé si para bien. Cuando yo vivía en Bruselas y se afrontó la sucesión de Santer a mediados de 1999 a lo máximo que se aspiraba era a que el nuevo presidente del Ejecutivo comunitario, a la sazón Prodi, tuviera manos libres para confeccionar su equipo de comisarios. Luego pasó lo que pasó. Nada de eso fue así. Los gobiernos fueron imponiendo sus candidatos y al final continuaron haciendo y deshaciendo a su antojo, tal como ocurrió (incluso peor) cuando en 2004 llegó a la presidencia el oscuro Durao Barroso.
La elección directa del presidente de la Comisión Europea debería significar, en mi opinión, la desaparición de figuras como la del presidente del Consejo Europeo. ¿Cuántos de ustedes saben quién es el actual presidente, qué nacionalidad tiene y sobre todo qué peso político posee? Un presidente del Ejecutivo comunitario debería disponer de amplios poderes y contar con un gobierno reducido de individuos competentes y ajenos a los intereses de sus respectivos países. Todo ello implicaría, como observa Schaüble, a los europeos en el proceso democrático y facilitaría la transferencia de competencias a Europa, ésas que tanto dolor y lentitud suponen hoy en día. Es entonces cuando la ciudadanía europea creería más en la idea de Europa y se volcaría para facilitar esa idea. Los vientos de hoy, mucho me temo, no soplan en esa dirección, aunque quién sabe, ahora que la casa está ardiendo quizá es buen momento para tomar medidas valientes y radicales.
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