Dice Stephen Hawking que todo puede ser explicado por las leyes de la naturaleza. Me gustaría tenerle en frente para poder preguntarle por qué la naturaleza se lo dio todo a Angelina Jolie y a mí ni siquiera me dejó las migajas. Por qué cada vez que cojo una chaqueta la llevo todo el día en la mano y si no la cojo paso frío. Por qué me pongo a dieta y sólo me apetece comer chocolate o por qué la naturaleza no nos dio un manual para entender a los otros- y no me refiero a la película-y hacernos la vida más fácil.
Todo el fin de semana lo he pasado analizando señales con Claudia. Bueno, todo, todo, no J. Claudia se ha reencontrado con un viejo amigo de la facultad a través de Facebook-bendito invento-. Han quedado un par de veces por los bares y cree que está haciéndole señas, pero no sabe cómo interpretarlas. No se trata de señales de tráfico-Claudia tiene el carné de conducir-, aunque casi hubiera sido mejor que fueran de ese tipo. Por ejemplo, semáforo en verde: puedes lanzarte; en ámbar: dudo, pero hay una posibilidad; rojo: vete buscando a otro y cede el paso. Nos ahorraríamos tiempo y dinero, pero parece que las leyes de la naturaleza no entienden de economía.
El caso es que para asegurarnos de los verdaderos propósitos de Miguel, el tipo que manda señales a Claudia pero que no se las escribe claramente en un post it, quedamos con él y otro amigo. Servirle de carabina no me importaba nada. Otras veces lo había hecho ella conmigo. Pero cometí un pequeño y-aparentemente- inocente error. No supe cómo explicárselo a Arturo e hice lo segundo peor que puedes hacer cuando estás empezando con alguien (lo primero es no haberte depilado): mentir.
Le conté que me quedaba en casa porque no me encontraba muy bien. No me parecía que debía darle más detalles sobre mi vida y, menos aún, sobre la de Claudia. Con el terreno preparado, el sábado por la noche nos fuimos con Miguel y José, amigo del primero que imaginé hacía también de carabina en el caso de que las señales de Claudia y Miguel hablaran el mismo idioma. Y vaya si lo hicieron. A eso de las dos de la madrugada sus direcciones giraban en el mismo sentido, mientras yo me encontraba sumida en un agujero negro con José. El tipo era majo, pero no sabía cómo decirle que ya tenía pareja o algo parecido. Era difícil definir lo de Arturo. Además, odio cuando a mí me hacen eso. Te acercas a alguien que te interesa y en la segunda frase te suelta eso de: “pues mi chica”. Cuando eso me sucede yo contesto lo mismo: “pues mi chica”.
Pero José no tenía chica, así que por segunda vez en la misma noche, volví a mentir. Le dije que me encontraba mal y que me iba a casa. Si sigo con este nivel de interpretación me van a contratar en el teatro.
Fui caminando, aprovechando las últimas noches cálidas. Pero cuando llegué al portal, Arturo estaba allí. No daba crédito. Apoyado en el quicio, con su americana y su pelo perfecto. Con un aire de aplastante seguridad que rompía mis esquemas.
-Parece que te encuentras mejor, me soltó mientras me interrogaba con la mirada.
-Es que he tenido que ir a la farmacia de guardia porque no tenía aspirina en casa y…
-Lía, ¿por qué me mientes?, me interrumpió.
(Es verdad, ¿por qué le mentía?, ¿miedo?, ¿protección?, ¿privacidad? Y en un ataque de sinceridad sin precedentes, sobre todo en aquella noche, le contesté:
-No lo sé, porque quizá no te vas a creer lo de esta noche o peor aún, quizá no te guste.
-Inténtalo.
-¿Aquí?, ¿ahora?-contesté, eran casi las tres de la mañana, estaba cansada y, lo confieso, quería huir.
-Tengo tiempo.
-Sube y te lo explico.
-Si subo, no vas a necesitar explicarme nada.
Y así acabó mi noche del sábado. Con Claudia dirigiendo el tráfico y yo, preguntándome, qué clase de explicación tendría Hawking para esto.
Comentarios recientes