Se va, o al menos eso aseguró ayer al presidente de la República. Pero quiere hacerlo a su manera. Sin prisas, con la teatralidad y la escenografía del personaje que él ha inventado. Entretanto, ha reunido en su lujosa mansión milanesa de Arcore a la familia para comunicarles que abandona la política. Hoy ha declarado a un diario que abandona, que se retira. A sus 75 años y con una salud renqueante es por otro lado natural. Hay muchos que todavía no se lo creen. Sólo se lo creerán cuando, embutido en su clásico traje doppiopetto y abrigo oscuro, hinchado y con aires cada vez más mussolinianos, suba la colina del Quirinale y entregue a Napolitano su dimisión por escrito.
Todo eso puede demorar aún varias semanas pues nuestro teatrero y bribonzuelo Silvio sólo lo hará una vez que el Parlamento italiano apruebe el presupuesto del año próximo y el paquete de nuevas medidas de ajuste exigidas por Bruselas, entre ellas la reforma de las pensiones, a la que se opone el secesionista Bossi. El retraso de la ejecución de tales medidas, siempre prometidas pero nunca aplicadas, fue lo que desbordó la paciencia de Merkozy –los odiados gendarmes Angela y Nicolas, que él aborrece (en honor a la verdad, no sólo él)- e hizo que las cuentas de Italia vayan a ser supervisadas regularmente a partir de ahora por la Comisión Europea y el FMI. Toda una humillación para él mismo y para el propio país.
Él se ha dado finalmente cuenta de que el destino financiero italiano está ligado a su salida de la jefatura del Gobierno. Los mercados castigan a Italia y la prima de riesgo se dispara hasta cotas nunca vistas antes. Muy duro para este magnate de la empresa, que hace veinte años saltó a la política para tratar de enderezar el rumbo de sus negocios millonarios toda vez que el socialista Craxi, su gran sostén, se había fugado con lo puesto a su destierro tunecino de Hammamet, del que nunca ya volvió.
Hizo y deshizo la ley como si fuera el parchís con el que juegan trampeando sus nietos. Riéndose de todos y de todo, ganó tres veces las elecciones ante la sorpresa y la incredulidad de Romano Prodi, Massimo D’Alema y compañía. Fue culpa de ellos, de una oposición aturdida ante tanta desfachatez, y de sus conciudadanos, que se lo permitieron con el voto, como el personaje ha podido continuar en el poder. Contra viento y marea, sin importar lo más mínimo que el prestigio exterior italiano iba arruinándose cada vez más.
A mí me resulta muy complicado entenderlo a pesar de haber vivido mucho tiempo en el país del bribonzuelo y de haber presenciado crisis gravísimas, hasta peores, diría yo, como la de la descomposición de la Democracia Cristiana y de todo el sistema de partidos políticos, manchados por la financiación ilegal de los mismos a principios de los noventa. De eso no se salvaron ni los comunistas del fallecido y honrado Berlinguer.
No pocos admiraban a nuestro graciosete pianista de cruceros. Algunos veían en él al triunfador que todos envidiamos. El emprendedor que amasa una fortuna de manera bastante irregular, que tiene al mundo a sus pies, a las mujeres a su alrededor, que hace bromas, que desprecia a los políticos y que baja al ruedo para fabricar un partido en una noche, para destrozar al sistema de mayorías y minorías y para propagar a derecha e izquierda que el poder judicial está en manos de los comunistas, que los periodistas son unos mal nacidos, acomplejados y mediocres y que sólo él es capaz de dirigir la nave. Entiéndase: no por el bien de la nación, sino en beneficio propio.
Qué amarga suerte la suya al descubrir ayer que entre la decena de traidores que le negaron el apoyo parlamentario para aprobar por mayoría absoluta las cuentas del año pasado estaba una de esas atractivas mujeres que él descubrió para catapultarlas a la política o la poltrona ministerial. Ingratas e ingratos, que no supieron agradecerle sus favores materiales, ellos que eran unos pobres de pedir. Anunció que quería mirar el rostro de esos traidores y solicitó que le facilitaran el nombre de los cobardes.
Esta tragicomedia está ya a punto de terminar para alivio de los italianos. A mí personalmente me ha parecido un espectáculo más propio de una de esas obras “bufas” del genial Dario Fo que de un país de larga tradición democrática e integrante del selecto club de los ocho países más desarrollados del mundo.
En fin, Italia no se merece que nuestro gracioso briboncete esté un minuto más en el gobierno, aun cuando sus ciudadanos poco han hecho para impedirlo. Ya es hora que pase página y que lo olvide como si hubiera sido un mal sueño. Él sabe que aquí en la nave espacial lo esperamos para levantar nuestro ánimo alicaído. Le tenemos preparado un gracioso niqui a rayas, un sombrerito muy simpático y una colección de partituras de Frank Sinatra y Tony Bennett con las que deleitarnos las solitarias veladas. Los americanos ponen las hamburguesas y yo el vino de mi tierra. Las canciones napolitanas y la pasta, esperamos que las traiga él. ¡Hasta pronto, Silvio!
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