“Se me cayeron las uñas de los pies y no me había enterado”
Rowand Mountalá recuerda como si le hubiera ocurrido ayer la travesía del desierto (y no es ninguna metáfora), pues se le ha quedado grabada y después de escuchar su relato entiendes perfectamente que sea así, esas cosas no se deben olvidar con facilidad.
“Íbamos camino de Libia. Nos juntamos cincuenta, de varios países y nos pusimos en camino, con comida y lo necesario para unos días, cada uno lo que podía.La travesía ya era muy dura, aunque todavía nos quedaba comida y agua, pero había temperaturas de 45 y 50 grados. Caminar era muy duro, los pies se te hinchaban, se te hacían heridas, pero había que seguir. Yo era casi un niño pero siempre he sido fuerte y aguantaba como podía.
Lo más duro es cuando van pasando los días y no ves el final de nada, sólo arena. Creo que estuvimos quince días pero no lo sé, parecían más. Pero lo peor es cuando cae alguien muerto a tu lado, ya no puede más, se abandona y muere. No puedes hacer nada, no puedes parar, aunque sea tu hermano, tu padre, tu amigo, tu colega, quien sea, tienes que seguir porque si te paras te morirás con él, sin remedio. Eso lo tuve que vivir veinte veces pues de los cincuenta que salimos sólo llegamos treinta y no te acostumbras, cada vez que ves caer a otro el corazón te pide parar, ayudarle, pero ¿a qué?, si ya está muerto, la arena lo enterrará, como en los cayucos lo hace el mar. No sólo mueren en los cayucos, para mí el cayuco no es lo peor, es peor el desierto, el calor, tener que seguir caminando, durante quince días.
A la semana de salir ya nos quedamos sin agua y sin beber no puedes atravesar el desierto. Todos sabíamos lo único que se puede hacer, orinar en una de las botellas que llevábamos, dejarlo allí unas horas para que el calor le quite algo del mal sabor y después a beberlo y a seguir caminando.
Cuando ya te parece que tú también vas a morir llega el final del desierto, ves Libia, pero no tienes fuerzas para celebrar nada, sólo quieres seguir, llegar, llevábamos los labios y el cuerpo hinchados por las picaduras de unos insectos, se me habían caído las uñas de los pies y no me había dado ni cuenta.
La patera no es lo peor”.
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