Sangre española
29 de Abril de 2011 | Miqui Otero
España, imagino, debía oler a aula de B.U.P. en día de lluvia, a habitación de adolescente admirando portadas de Interviú y también a ermita sin ventanales ni vidrieras.
Miguel Trillo, fotógrafo de cabecera de la Movida y de las primeras tribus urbanas españolas, suele explicar que en el tardofranquismo y la Transición lo que más molestaba al poder no eran barbudos con americanas de pana y jerseis de cuello de cisne que escribían sus mensajes reivindicativos en pancartas y se mesaban la barba en los recitales de los cantautores, sino aquellos que mostraban sus mensajes con su baile, su ropa y su cuerpo.
Por eso incluso el cine de derribo, el de menos presupuesto y más audacia, funcionó en un país donde hacer pelis de género era tan extraño como que lloviera de abajo a arriba.
Esa ansia por mostrar no solo carne desnuda, sino carne descuartizada, sangre y vísceras se recoge de modo didáctico en el tomoSpanish Exploitation. Sexo Sangre y balas, de Víctor Matellano, que edita T&B.
Quizás tendrá que insistir Tarantino, como hizo con el cine japonés de gangs femeninas o con el giallo italiano, para que valoremos fenómenos intransferibles como el cine quinqui o a estrellas como Jess Franco o Paul Naschy.
El cine S y By Z contaba con productores con audacias de novela picaresca(comprar los derechos de una peli italiana sobre tiburones y publicitarla como si fuera de la saga de Spielberg), oportunistas estrenos (Supersonicman tras Superman), tronchantes versiones espurias como El Cid Cabreador (con el apuesto Ángel Cristo) o El Ete y el Oto, Raffaella Carrá haciendo de soldado nazi en Comando al infierno o Nacho Duato y Miguel Bosé como si fueran David Bowie en Dentro del Laberinto o Sting en Dune.
Pelis de gente que se tomaba en serio su profesión, pero no a ellos mismos. El director José Ramón Larraz bromea: “Dicen que era cine de culto, aunque yo le quitaría la “t””. Cine barato, pero con hallazgos aguzados por el hambre (poco presupuesto y ganas de libertad). Signo divertido y vivo de un tiempo y un país (y de un cine) que ahora se toma demasiado en serio y que tiene a una ministra que apuesta “por la calidad” y lleva fotos de Ana María Matute en la cartera, pero que escribe guiones del quilate de Mentiras y gordas.
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